La construcción de los liderazgos en los partidos modernos es algo que es bastante estudiado, la famosa ley de hierro es tan atroz en los partidos españoles (grandes y pequeños, no hay quienes escapen) que nos proporciona ejemplos paradójicos de todo tipo.
En la política española hay políticos buenos, algunos hasta muy buenos, algunos en activo, otros relegados por la historia, las trifulcas internas o la mera trayectoria personal a un rincón. El actual secretario general del PSOE es uno de los pocos políticos de muy buen oficio que hay, otra cosa es que según mi opinión el PSOE necesita hacer una transición hacia una nueva hornada de políticos (y no Chacón, no era la solución). Pero también la ley de hierro nos proporciona verdaderos incompetentes de tomo y lomo.
Que lleguen allí, puedo entenderlo, que se mantengan durante un tiempo, también. Que incluso, por los equilibrios internos y la mediocracia se mantengan durante más tiempo que el que se tarda en descubrir su incompetencia también lo entiendo. Lo que me cuesta de entender es que los adeptos tarden tanto en identificarles como lo que son, unos verdaderos incompetentes o bien políticos de medio pelo con menos capacidades políticas que el ciudadano medio, pero mucho oficio en el arte de sobrevivir en la intrincada vida del partido por la mera capacidad de no hacer o decir nada que sobresalte.
En el actual panorama político podemos ver unos cuantos, algunos claramente deshonestos y que han pasado por los tribunales que aún tienen el apoyo de “los suyos” (explicaciones politológicas aparte), otros claramente muestran una carencia de ideas propias, de discurso, incluso de capacidad de análisis de la realidad. Otros simplemente son personajes que son tan grises cualquiera que los observe de soslayo no sabe diferenciarlos del fondo un día de niebla. Algunos su incompetencia es tan manifiesta que han ido dando saltos allí donde han estado.
Muchos de estos tienen proyección mediática o sus virtudes son conocidas entre sus correligionarios, es decir, no languidecen en lugares sin luz y grises donde nadie puede ver su competencia o incompetencia. A pesar de ello, se sigue insistiendo en “la valía de tal o cuál compañero”, “es un gran político con un gran futuro”, “es un valor activo”, etc.. Siguen apareciendo en las sedes de los partidos, repiten un discurso vacío pero lleno de lugares comunes y muchas dosis de consignas ideológicas y reciben aplausos incluso de cuadros bien formados.
Esto me lleva a preguntar, ¿qué tiene que hacer un político incompetente para que sea reconocido como tal entre los suyos y sustituido? ¿ha de matar gatitos en público?. Y ese es parte del problema de la llamada desafección política. Que desde “fuera” o desde dentro poniendo un poco de ojo crítico se puede ver que hay bastantes emperadores y emperatrices que van desnudos, pero en cambio internamente se sigue manteniendo la charada de que son grandes líderes.
Y así nos va.
Un pajarito me comenta que un factor explicativo de este tema es el consabido Principio de Peter, que aplicado a la política podría explicar porqué cargos que suben como la espuma luego demuestran su completa incompetencia allí donde terminan estabilizándose.
¿qué tiene que hacer un político incompetente para que sea reconocido como tal entre los suyos y sustituido? ¿ha de matar gatitos en público?
[AVISO: FOTOS FUERTES PARA PERSONAS AMANTES DE LOS ANIMALES]
En respuesta a su pregunta…
Pues sí, parece ser que matar gatitos y publicarlo permite identificar tarugos. Eso sí, demostrar una vez tras otra tener la capacidad de análisis político de una ardilla no lo es. En fin, que un tipo que se ufana de matar gatitos y además es tan cenutrio como para dejarse fotografiar y publicarlo, en su actividad cotidiana en el partido era un tipo normal y amigo de sus amigos. Vaya…
PD: Lo que he contestado es una marcianada, pero me apunto lo dicho. ;D
Estamos en la sociedad del espectáculo. Resumiendo mucho, se reconoce el valor de las cosas por su “valor de cambio” en el mercado y para eso es fundamental el papel de la imagen.
Cuando Guy Debord en 1967 que “Toda la vida de las sociedades en las que dominan las condiciones modernas de producción se presenta como una inmensa acumulación de espectáculos”, si continuabas y leías el libro entero se entendía: “…lo cual merece nuestro desprecio y debe ser combatido.” Pero muchos publicistas se han hecho ricos (o han ido tirando, simplemente) partiendo del mismo análisis, que nuestro mundo está dominado por la imagen, pero concluyendo de modo opuesto a Debord: “…¡¡y cómo mola!!”
Y de repente los políticos aprendieron de sus asesores, expertos en marketing, que debían tener un discurso simple, muy simple, estético, con una carga de simbolismo y emotividad, en definitiva… que debían venderse. Y ése era el éxito: venderse, ganar elecciones. El mejor político era el que mejor conectaba con el público. Conclusión: Camps y Fabra han sido políticos excepcionales. Han sido grandes vendedores. Todos han comprado su medicina. Esa ha sido la escala del éxito, y en base a esa escala se dice que determinadas personas han hecho “grandes contribuciones”.
Con el tiempo se ha ido generando una espiral en que nadie se cree realmente a los políticos, y casi se sobreentiende que son personas que luchan por su carrera y éxito personal en la política (igual que un futbolista intenta meter goles) y que ganan elecciones y encima no roban mucho y no son condenados, ya puedes dar gracias.
Los que querían contenidos hace tiempo que mayoritariamente se resignaron: yo, personalmente, quizá quiero contenidos, pensaban; ¡pero estos expertos en marketing me dicen que la campaña tiene que ser simple y vacía! Y esto ha hecho que ganen los mejores en este terreno, y ya es mucha casualidad y hay que ser un crack para tener una buena imagen, vender bien, que te salgan bien las campañas y encima que tu fondo, que no ha salido a la luz en ningún momento porque eso no daba votos, sea excelente y resulte que eres una gran figura de la política además de un gran vendedor de lemas e ilusiones.