Hoy algunos celebran que hace 40 años los españoles de bien votaron a favor de la Constitución. Llevan décadas repitiendo el mantra que este es el texto constitucional que nos dimos entre todos y que fue ratificado por todos los ciudadanos de España. Veneramos un documento legal que según el relato convencional ha sido la puerta que nos permitió superar la oscuridad del franquismo, hacerlo en paz y alcanzar la democracia. Además nos explican que este texto es el garante de las libertades y derechos de los ciudadanos, es la ley fundamental que rige nuestra democracia, y que sin ella estaríamos perdidos. Todo ello no deja de ser una sarta de mentiras edulcoradas. Un relato para calmar nuestras consciencias y acallar nuestra capacidad de disidencia.
El relato de una transición modélica y pacífica no deja de ser más lejano a la realidad. El tardofranquismo firmó decenas de sentencias a muerte y asesinó a manifestantes en la calle, la extrema derecha cometía asesinatos igual que diversos grupúsculos de extrema izquierda y ETA. El infame asesinato de los abogados de Atocha fue en 1977, las últimas condenas a muerte del franquismo fueron ejecutadas en 1975. Los homicidios por motivos políticos en la transición casi llegan a la cifra de 600, prácticamente 200 de origen institucional. En comparación en Portugal la revolución de los claveles que fue hecha con tanques, en comparación fue prácticamente inocua, con 4 víctimas mortales provocadas por la policía secreta de Salazar. Que nos hayan colado la transición como “modélica” y “pacífica” cuando una revolución con tanques a la vuelta de la esquina se saldó con menos del 1% de víctimas mortales, es casi una broma de mal gusto historicista.
Pero podemos seguir hablando sobre “aquella Constitución que los españoles nos dimos”. Esa es otra afirmación incierta. Sin entrar en la calidad del texto constitucional o la presencia de algunos elementos del articulado claramente impuestas por el poder franquista y los militares (la continuidad del régimen en la figura del rey o la función del ejército en defender la indivisibilidad del territorio nacional), la Constitución fue el caramelo que ofreció el régimen para que este siguiera gobernando en las bambalinas. La estructura clientelar que querían conservar (abogados del estado, parte del sistema judicial, monopolios energéticos, estructuras caducas como la Guardia Civil militarizada, y toda la red clientalar político-económica del palco del Bernabeu, no se ha alterado lo más mínimo) consiguieron que siguiera intocable. En 1978 los españoles hubieran votado el Libro Gordo de Petete o la teoría de la Relatividad Especial si con eso podían comenzar a tener algo parecido a una democracia. La amenaza que era palpable en la violencia institucional y política en la calle, y el miedo a que la transición fracasara o que los militares hicieran un golpe (como bien hicieron pocos años después) hizo que los ciudadanos de España de 1978 votaran cualquier solución. Los españoles no votaron ilusionados, sino hastiados, acojonados y con el miedo a que el franquismo no dejara las riendas del poder. Los “padres” de la Constitución (el hecho que no hubiera “madres” también habla de lo retrógrado del texto constitucional) la escribieron supervisados por el poder militar y la oligarquía franquista.
No quiero tirar por tierra las “bondades” del texto constitucional. En si mismo puede colar como una Constitución avanzada, pero es en los detalles donde están los demonios y es en ellos donde el régimen franquista ancló su zarpa. La Constitución es cierto que ha servido de base para construir una democracia de baja calidad, que en comparación a la dictadura anterior es una mejora. Pero ni de lejos nos hemos acercado a los estándares de las democracias más avanzadas. Ni tan solo ha servido para restituir a los represaliados de la dictadura, o para poder superar las heridas del franquismo. Hace 40 años de la aprobación de la Constitución y los veteranos de las brigadas internacionales no cobran compensación alguna por su participación en la guerra civil mientras sí lo hacen los veteranos italianos que lucharon en el bando fascista. Aún no hemos podido superar la presencia de símbolos franquistas en el espacio público como sí han hecho todos los países de nuestros entornos con sus dictadores, aún no se ha desmantelado el valle de los caídos, aún sigue siendo legal enaltecer el franquismo. Seguimos blanqueando y revisionando el fascismo en nuestro país. Para nada la Constitución ha servido para superar el franquismo.
Como decía antes, la Constitución tampoco ha servido para superar las redes clientelares franquistas. El soto governo sigue estando en una clase judicial, de altos funcionarios y abogados del estado que han condicionado de forma poco sutil la política de los diversos gobiernos durante estos últimos 40 años. El Tribunal Constitucional en las últimas dos décadas no hace más que lecturas regresivas y restrictivas del texto constitucional, por no hablar que apenas admite recursos por violación de derechos fundamentales (menos del 0,2% de las que le llegan). El TC en lugar de ser un árbitro entre los diversos actores políticos e institucionales y una defensa del ciudadano frente a los abusos del poder se ha transformado en un tribunal de parte, al servicio del gobierno central y del jefe del estado. El estado de las autonomías al final se ha mostrado más un subterfugio para seguir ahogando las identidades nacionales y construir un falso estado federal en el que siempre la administración central tiene la última palabra en todo.
La Constitución no ha servido para desmantelar los incentivos negativos que tiene la economía española. Desde 1980 a los 2000 la tasa de afiliación a los sindicatos se ha doblado del 8% al 17%, pero es la misma Constitución y la lectura que hace el TC la que impide avanzar hacia un modelo sindical alemán, lo cuál impide crear una relación más directa entre la negociación colectiva y la capacidad de los trabajadores de pedir cuentas a sus sindicatos. Los ayuntamientos siguen estando ahogados y condenados a financiarse con la venta de suelo o licencias de construcción, con lo cuál empujamos el país a ciclos de burbujas inmobiliarias. La red clientelar del palco del bernabeu sigue dictando las grandes políticas de infrastructuras del país, una red clientelar de empresas vinculadas a las inversiones del BOE. Lo cuál mata la economía productiva. El retraso infinito en el corredor mediterráneo y su rediseño para que sí o sí, pase por Madrid, es fruto de esta red.
Tampoco la Constitución ha servido para afrontar uno de los grandes retos del estado español. La posibilidad de ser libres las diversas identidades nacionales que conviven con la española. Ni ofrece una convivencia a la canadiense donde es el propio estado federal canadiense el que defiende los elementos de identidad cultural quebequés, ni ofrece una vía de solución a un conflicto que contemple una forma de independencia pactada o de estado federal asociado. Simplemente reafirma la dominación de la nación española sobre cualquier identidad nacional, hace prevalecer la lengua española sobre cualquier otra lengua que exista y todo lo decora con un falso sistema de gobierno autonómico donde las competencias y el reparto económico siempre está bajo la arbitrariedad de las mayorías del Congreso de los Diputados, excepto en el caso del cupo vasco. El TC en toda la lectura territorial, además, la ha ido haciendo más y más restrictiva. La sentencia del Estatut es tan solo la punta del iceberg de la regresión recentralizadora del TC. Una minoría nacional en España que tuviera el 100% de apoyo a la independencia en el territorio donde existe esa identidad nacional, no podría conseguirla bajo la ley española. Lo cual no hace al movimiento independentista ilegítimo cuando intenta superar la ley, sino ilegítima e injusta a la Constitución española
Por último en la defensa de derechos fundamentales, la Constitución hace aguas. Vivimos una década de regresión de derechos y libertades básicas. El estado ha ganado espacios de represión y hoy en día podemos afirmar abiertamente que hay presos de consciencia en nuestro país. No solo hablo de los presos políticos independentistas. La represión contra el independentismo vasco, con leyes adhoc que hasta el TDH ha considerado excesivas, la persecución de delitos de opinión bajo el marco de la ley mordaza, articulados en el código penal con la mera intención de criminalizar el movimiento sindical. Pero no solo estamos hablando de leyes y de la forma que tienen de aplicarse, existe una regresión sobre los derechos civiles básicos sostenida socialmente por unos medios en connivencia con el poder central del estado y las empresas del IBEX35. El fascismo vuelve a campar, por el mero hecho que nunca ha dejado de existir ya que en España la Constitución lo que hizo es dar valor legal al blanqueamiento del regimen fascista que gobernó los anteriores 40 años.
El mantra de la Constitución que nos hemos dado entre todos los españoles, no deja de ser falso. La Constitución es el texto que permitió elaborar el régimen franquista y que transaccionó con los demócratas de entonces. Es un texto que salvaguarda la continuidad del régimen a través de la monarquía, que salva los negocios e intereses de la élite dirigente del 78, que dibuja falsas salidas a problemas fundamentales de la sociedad española, que sirve para seguir reprimiendo la disidencia, que engaña con un humo autonómico las aspiraciones de las personas con otras identidades nacionales y sí, nos sirvió de puerta para pasar de una dictadura a una democracia de baja calidad, pero hoy en día no deja de ser un corsé irreformable.
Lo que fue la bandera de los demócratas, 40 años después es el escudo de los reaccionarios y del sucio, viejo y caduco aparato de poder de un estado que en esencia sigue siendo la misma maquinaria oligárquica que era en 1978.