El montañismo y el alpinismo, incluso el de nivel sencillo que yo practico, es una actividad de riesgo que contiene numerosas incógnitas alrededor de los peligros que se afrontan. No existe montañismo sin un cierto nivel de peligro y exposición. Lo que en la vida urbana y civilizada puede ser una pequeña molestia (por ejemplo una pequeña deshidratación) que se soluciona en el bar más cercano o yendo a la cocina a llenar un baso de agua, se puede convertir en un problema de vida y muerte en alta montaña.
Incluso cuando estamos realizando una actividad con la ayuda de personas más experimentadas tenemos que hacer nuestro propio cálculo de riesgos aceptables.
Dentro del montañismo es clave saber asumir riesgos, si no los asumes te quedarías en casa, jamás ascenderías una cima, ni podrías superarte. La clave no es en buscar el riesgo cero, sinó en quedarse dentro de los márgenes de los “riesgos aceptables”. Saber medir el riesgo y saber cuales son los riesgos aceptables es todo un arte que los alpinistas realizan de forma intuitiva. Es una mezcla autoconocimiento y del conocimiento del entorno, de las habilidades sociales (ya que no subes a la montaña solo), de conocimientos de metereología y de orientación, de experiencia y de técnica.
Diferencias entre riesgo y peligro
Antes de nada una definición operativa, al referirme a riesgo me refiero a la posibilidad de que ocurra un percance y la gravedad del posible percance. A mayor probabilidad y mayores daños potenciales, el nivel de riesgo es mayor. Por ejemplo, cruzar el paso de Mahoma sin encordarse un día de buen tiempo y sin hielo es de riesgo bajo (según mi criterio emocional) ya que la probabilidad de caerse es muy pequeña (lo ascienden miles de montañeros al año y en el paso se registra un accidente grave cada cinco o diez años), aunque la caída es potencialmente muy peligrosa. En cambio sufrir problemas de hipotermia en invierno en la Tossa d’Alp es alto, ya que aunque los síntomas de una hipotermia leve son menores que una caída de cientos de metros y la Tossa d’Alp es una zona muy civilizada (tiene hasta en un refugio en la cima) y a los primeros síntomas en condiciones meteorológicas favorables es muy fácil solventar el percance, la probabilidad es alta en invierno si no se lleva el equipo adecuado. En cambio peligro es cualquier situación o acción que nos puede producir un posible daño. Incluyo también como peligros aquellas situaciones que indirectamente nos pueden provocar daños aunque no lo hagan directamente. Por ejemplo, perderse es un peligro indirecto porqué nos expone a peligros directos más gravemente: por ejemplo, hipotermia, extenuación, caídas, etc…
Valorar los riesgos tiene una alta correlación en las probabilidades de sobrevivir
La valoración del riesgo de cada uno de los peligros e intentar estar preparado para minimizar esos riesgos es algo esencial en la montaña. Los accidentes y percances se producen, excepto una pequeña minoría, por un cúmulo de errores, pequeñas apreciaciones incorrectas y cálculos de riesgos inapropiados. Algo tan inevitable como una caída de una roca que nos liquide puede reducirse su riesgo asumiendo otra vía de subida donde la roca esté menos suelta, llevando casco, haciendo la vía más ágilmente para minimizar el tiempo de exposición al peligro de desprendimientos, no colocándonos justo en la vertical de otro grupo que esté subiendo, no habiendo escogido un día que sea justo después de mucho mal tiempo (la lluvia, el hielo, los cambios bruscos de temperatura, el deshielo reciente, etc… incrementa el riesgo de que haya rocas dañadas y poco aposentadas que se puedan desprender), etc… Por tanto aunque los accidentes tienen una componente aleatoria importante, sí que las personas prudentes y que tienen en cuenta los riesgos tienen menores probabilidades de sufrir accidentes que aquellos que ignoran las señales de peligro y no se plantean escenarios de riesgos.
Cuando valoremos un riesgo en alta montaña hemos de considerar que contiene una gran dosis de “caja negra” que ignoramos
En alta montaña la valoración del riesgo de cada uno de los peligros es algo esencial. Además todos los riesgos de la alta montaña tienen un alto nivel de incógnita. Puedes saber que una vía tiene un paso sencillo de segundo grado, pero no sabes si mañana ese paso puede estar cubierto de verglass, o si ese día amaneces con diarrea y tus fuerzas están mermadas, o si va a comenzar a caer rayos, o si te has perdido y te has metido por un paso mucho más comprometido. Por tanto cualquier actividad que hagas en alta montaña, por muy reseñada que esté, por muy bien marcados los caminos, por muy buena previsión de tiempo que lleves, o por mucho que te conozcas a tí mismo, a tus compañeros y el material que lleves, siempre habrá una variable gris de riesgo real que no puedes controlar.
El riesgo cero no existe, y por tanto rodearnos de una burbuja de inmunidad es un absurdo… El ignorar los riesgos y peligros a los que nos exponemos también forman parte de la primera fase a la hora de sufrir un accidente o un percance en alta montaña. Si por un lado, a cualquier señal de riesgo por mínima que sea reaccionamos dándonos la vuelta y anulando la actividad jamás completaremos una ascensión o una vía por sencilla que sea, y si ignoramos las señales de riesgo estaremos condenados a sufrir un accidente más tarde o temprano.
Por tanto el objetivo a la hora de diseñar una ascensión, o una ruta en alta montaña (aunque también aplicable a actividades de senderismo y de media montaña), es la de poder colocar la horquilla de riesgo allí donde nosotros queremos.
Para ello hemos de intentar conocer dos aspectos de cada uno de los tipos de riesgos:
- Aquél nivel al cuál podemos exponernos y que podemos asumir según nuestra experiencia, capacidad personal, estado físico, estado emocional, material, conocimiento, experiencia y capacidades de otros miembros del equipo (por ejemplo el que haya personas inexpertas que dependen de los más experimentados, o que haya un guía profesional o alguien más experimentado en el grupo), etc…
- El nivel de exposición más probable que vamos a encontrar.
Construir inconscientemente la horquilla de riesgo aceptable para cada uno de los peligros es una tarea que hacemos casi constantemente cuando asumimos una ascensión alpina o de montañismo, si decidimos responsabilizarnos de la ascensión y no delegar la salida a terceros que nos indiquen si estamos o no preparados.
¿Cómo elaborar una horquilla de riesgo potencial aceptable ante un peligro concreto?
En mi caso me muevo de forma bastante emocional, los riesgos los entiendo de forma racional pero los peligros los siento primero emocionalmente. Y en este caso a la hora de construir la horquilla de riesgos aceptables y a los que me puedo exponer he de incluir mi factor emocional y no sólo el factor racional, porqué serán mis emociones en el terreno las que tendrán mayor protagonismo, y por tanto necesito haberlas entrenado y afinado todo lo posible y haber decidido finalmente teniéndolas en cuenta. Porqué sinó puedo meterme yo mismo en una situación no deseada.
Para elaborar la horquilla de riesgo examino (de forma intuitiva) el riesgo potencial teórico, lo comparo con el riesgo que puedo asumir e incluyo un margen de seguridad. Aunque no es un cálculo milimétrico sí que tiene una componente racional.
Pongo un ejemplo. Yo me siento cómodo si me he de valer por mí mismo y no depender de otros compañeros, en pasos de II grado de escalada (grimpadas) y puedo hacer pasos de III en caso de necesidad pasándolo un poco apurado sin necesidad de atarme y haciéndolo con botas de montaña y sin equipo especial. Si estoy planificando una ascensión a un determinado pico y en la reseña indica que hay un paso de II grado con buena roca, entonces iré tranquilo. Si las condiciones meteorológicas no han añadido dificultades adicionales a la vía (por ejemplo hacerla con viento, estar mojada la roca, estar esta nevada, haber hielo), puedo asumir que voy a salir bien parado a nivel técnico de ese paso, jugando además con un pequeño margen de seguridad extra (por si he de hacerlo con miedo por otras circunstancias, más cansado, con la roca algo mojada, o llevando más carga de lo habitual) por si hay problemas. En cambio si ya aparece en la reseña que el paso es de III voy a comenzar a apretar más de lo que desearía el margen de seguridad. Este margen puede verse aumentado, por ejemplo, si en el grupo va alguien que me puede ayudar a equipar la vía o dar indicaciones y apoyo en caso de que nos queremos atorados, o si el paso expuesto es muy corto y la caída insignificante (que casi nunca es así), o si hay una cadena o material para ayudar a hacerlo. Pero por mucha ayuda que haya siempre es bueno hacer el propio cálculo de riesgo aceptable, que te tengan que arrastrar por los sitios es algo que no es agradable, y siempre puede pasar que “el experto” necesite de nuestra ayuda, y por tanto es bueno que aunque tengamos ayuda podamos hacer nuestro propio cálculo y saber donde vamos a meternos.
Es decir, conozco mis habilidades y capacidades, sé hasta donde llegarían estiradas con los extras que pueda tener (por ejemplo apoyándome en terceros) y por tanto hago la horquilla de riesgo aceptable a un determinado peligro.
La definición de la zona de riesgo aceptable autónoma depende mucho de nuestro autoconocimento y el nivel de riesgo subjetivo que queremos asumir, de nuestras habilidades objetivas y de nuestra experiencia. En el fondo tiene una fuerte componente subjetiva y la experiencia nos ha de servir para poder ir conociéndonos a nosotros y nuestro estado físico y emocional en cada momento. Lo ideal sería que la horquilla de riesgo potencial quedara debajo del margen de seguridad autónoma si la salida la organizas tú o eres tú, respecto a ese tipo de peligros, el que más seguridad puede aportar al grupo o a tí mismo. El margen de riesgo aceptable con ayuda viende dado también por ese autoconocimiento (por ejemplo, yo puedo hacer pasos de III con mochila, botas, etc… pero pasándolo mal) y también de un factor humano extra, el conocimiento y confianza que tengamos de esa persona o personas que nos podemos apoyar en un momento determinado, y el conocimiento y confianza que tengan en nosotros. Podemos subir con un verdadero atleta del alpinismo pero como ignore que vamos a tener problemas en un paso para él muy sencillo y nos deje colgados de poca ayuda nos va a servir y es más, seguramente por hacerle caso en su valoración y no conocernos e intentar conocer lo que vamos a hacer nos habremos visto arrastrados a algo que no queremos. Lo ideal, en este caso es mantenerse por debajo del margen de seguridad con ayuda si vamos a tener el apoyo. Por ejemplo, sé que a malas y con mucha ayuda un paso de III que se vaya a complicar (haya un poco de hielo, nos encontremos vientos racheados, la roca no esté tan estable) si cuento con ayuda y alguien me asegura voy a ir progresando más mal que bien pero terminaría por salir. Pero evidentemente no deseo encontrarme en esa situación así que aceptaría esa ascensión o esa vía si lo más probable es encontrarme el paso más técnico despejado.
Manten la horquilla de riesgo teórico dentro del margen de riesgos aceptables
Para cada uno de los peligros potenciales que contemples intenta mantener la horquilla de riesgo potencial dentro del margen de riesgos aceptables según tu experiencia, conocimiento, capacidades etc…
A mi m’hi falta una cosa que penso que és fonamental.
Per mi l’acceptació del risc té més a veure amb la capacitat de renunciar a l’ascensió que amb la dificultat tècnica en sí. Massa sovint m’he trobat amb companys de ruta que tenen una visió excessivament “atlètic-esportiva” de la muntanya i posen la fita per davant de l’estricta experiència de l’excursió.