Uno de los misterios que tiene la neurología es saber el porqué dedicamos un tercio de nuestra vida aproximadamente a una actividad que biológicamente cuesta mucho de entender: el dormir.
Sabemos que si no dormimos nos vamos a encontrar físicamente mal, cansados, con los reflejos mermados, no rendimos, la mente es menos ágil, etc.. pero difícilmente saben los neurólogos que procesos bioquímicos clave son los que realiza el cuerpo, y sobretodo el cerebro, durante el sueño que lo hacen tan necesario.
Recientemente los neurólogos han podido probar que durante el sueño vaciamos nuestro hipocampo para poder continuar aprendiendo al día siguiente. Esa sensación empírica que tenemos cuando no dormimos que nos cuesta más entender las cosas tiene un reflejo neurológico clave.
Y ahora el giro argumental. La actividad política es muy extenuante en dedicación de tiempo. Tal vez no es una actividad muy extenuante en energías mentales como puede ser un trabajo intensivo productivo o físicamente como el picar piedra, pero es un gran consumidor de energías y tiempo. Es pisar la política y no paran de aparecer reuniones, muchas de ellas casi rituales.
Además, en la cultura laboral, social, política y económica la “presencialidad” está sobrevalorada, el estar muchas horas en el puesto de trabajo (aunque sea con una productividad casi nula). En política se traduce que hay que ir a todos los mítines y todos los actos, a todos los saraos, a numerosos actos sociales, a realizar una presencialidad abominable. Además si no se hace, se es el blanco de las críticas ¿donde está ese diputado? ¿que hace el regidor?.
Es verdad que los políticos (sobretodo los profesionales) han de hacer presencialidad. Han de estar cuando hay actos importantes y con la gente, pero esto no puede ser a costa de un funcionamiento viable.
Hay políticos que luchan fervorosamente por salvaguardar un espacio personal de su vida privada, por poder ir a llevar a sus hijos al colegio (algo que hace algún alcalde de una ciudad muy grande) o incluso sacar a pasear el perro, otros bloquean sus agendas algunos fines de semana para su familia o su espacio personal. Pero esto suele hacerse también a costa de jornadas draconianas entre semana. De 14, 16 o más horas.
Además los políticos han de leer y asumir toneladas ingentes de información, por mucho que su equipo se la mastique han de leer bastante, han de informarse, y además incluso, estaría bien que leyeran algo más que el puro material de gestión diario, sinó documentos de fondo, material de reflexión, etc..
Incluso algunos sociópatas les pedimos a los políticos que sean participativos en la red, no sólo que lean, sinó que escriban, contesten mensajes, etc…
Todo ello se transforma en una alarmante presión sobre la agenda de los políticos que tiende a llevarles a hacer jornadas, con momentos de muy baja intensidad (presencialidades donde están una hora sentados para una intervención de 10 minutos), con momentos de alto nivel de presión cuando han de tomar decisiones o tienen que lidiar con una negociación especialmente tensa, y con jornadas draconianas.
Todo esto se hace a costa del sueño, y de la capacidad de descanso. Y aunque luego al día siguiente, ese cansancio pueden camuflarlo (el café hace mucho), y no son unos lerdos incapaces de tomar decisiones por el sueño, ya que el cuerpo se habitúa a todo (incluso a dormir 4 o 5 horas al día), sí que se resiente una parte importante de la capacidad del político: el aprendizaje.
Tal vez, esa falta de sueño explica como personas más que brillantes alcanzan posiciones de responsabilidad y parecen estancarse, no evolucionar, incluso involucionar, no entienden las ideas nuevas, se atascan con información que les supone una novedad y les cuesta hacer cambios esenciales en las línias estratégicas con las que comenzaron.
No, los políticos que poco a poco van perdiendo la capacidad de análisis y el aprendizaje, tal vez no es que se les haya subido el poder a la cabeza, tal vez es que no pueden dormir suficiente para estar a la altura y aprender día a día, y eso al final causa estragos en su capacidad de análisis de la realidad.
Por ello, cuando algún político se vanagloria de dormir poco y trabajar mucho más que alegrarme de tener a un responsable público tan diligente me preocupa ver como poco a poco puede perder su capacidad de análisis al no ser capaz de procesar bien la nueva información.
En definitiva, nada que no se cure con una buena siesta y sobretodo un cambio en la cultura laboral y política de este país, que apueste más por la eficiencia y la productividad en lugar de por la presencialidad y “las horas” a lo bruto.
Es muy cierto que el sueño hace de reparador de nuestro sistema neurológico y por tanto es necesario para un buen equilibrio mental. Es una explicación pausible del mal hacer de algunos políticos la falta de sueño, aunque está claro que se debería hacer un estudio riguroso de hábitos de descanso y falta de concentración para poderlo asegurar. Pero me parece una buena reflexión.