Es posible que el gran problema en la gestión de lo público en el siglo XXI no sean las personas corruptas, los aprovechados o los que desean imponerse mediante la violencia a los demás. En las democracias avanzadas como la nuestra la posibilidad de que alguien realice un golpe de estado y conculque la legalidad constitucional es algo, por suerte, bastante alejado. La debilidad de la democracia no viene desde “arriba” sinó precisamente desde la base.
Un sistema, como la democracia, es más efectivo cuanto más personas y agentes activos políticos haya y estén vigilándose mútuamente. Las personas activas en lo público intentan mantener un control de los poderes, exigen a las instituciones y mantienen un nivel de tensión que hacen que la política a todos los niveles sea más exigente.
Yo he de reconocer que el “trabajo” que me han dado algunos NIMBY y propuestas de vecinos a la hora de afrontar propuestas que se hacen desde el distrito y el ayuntamiento de Barcelona ha conseguido elevar mi capacidad crítica y de análisis pudiendo dar una opinión mucha más formada, matizada y elaborada. Igualmente, supongo, que les ocurre al resto de consellers de distrito y a los regidores del ayuntamiento de Barcelona.
La falta de esa crítica permite que prosperen, sinó los malvados, sí personas sin autoexigencia ni respeto por la propia responsabilidad por lo público y por las formas democráticas. Se genera una cultura de la irresponsabilidad por lo colectivo, tanto los que formalmente la tienen, por carecer de personal que le exija rendir cuentas, como por parte del público que acepta sin problemas las decisiones que se tomen, sean estas justas o no, sean estas basadas en el interés general o no.
Hoy en día, hay mejores formas de controlar las mentes de las personas que las ideadas por 1984. No necesitamos un “gran hermano” que controle nuestros pasos y nos mire. El panóptico del siglo XIX y XX queda empequeñecido con la hegemonía cultural posible en las sociedades de finales del XX y del XXI.
Anular la capacidad crítica a través de la hegemonía cultural, ha llevado a que cientos de países se arruinen obedeciendo los dictados de una ideología: el ultraliberalismo, que se demostró ineficaz a la hora de gestionar las economías reales, y donde ha funcionado como en el sudeste asiático fue debido a que tuvo su adaptación realista. El pensamiento único (no confundir con el consenso sobre lo que es racional o no, no es pensamiento único tomar muy en serio las ciencias positivas) es malo en todas las esferas, tanto en la económica, como en al política.
Una falta de espíritu crítico permite que se justifiquen la coherción indiscriminada y los actos injustos. Personas con una concepción profunda del interés general y una estructura moral terminan aceptando actos de profunda injusticia porqué se considera que en esa esfera social “es lo normal”.
Otras herramientas son más antiguas, como el reparto de los “premios” o basarse en “lugares comunes” para construir una argumentación. La utilización de falacias lógicas como la de “ad-populum” son fáciles de extender cuando “el pueblo” en general no acostumbra a expresarse, y convertimos en portavoces del pueblo a personas que ya sólo se representan a sí mismos o a una esfera minúscula de la sociedad en la que viven.
Otras formas son más insidiosas, se permiten expresar ideas y propuestas disidentes pero simplemente se ignoran sin que estas provoquen ningún ejercicio de reflexión colectiva, como si jamás se hubieran nombrado. Los problemas se consideran que una vez expresados ya se han acabado. En esta lógica, expresar la disidencia sólo sirve para que la gente se desahogue, como si lo que los ciudadanos o los activistas buscaran desahogo psicológico y no participar de la esfera pública.
Otra forma de corrupción de bajo nivel que conlleva la falta de responsabilidad colectiva por lo público es la elusión de responsabilidades individuales, sobretodo en responsables públicos. Si no hay exigencia a las personas que tienen el poder, no se harán cargo de la parte negativa de ejercer ese poder: dar cuentas a los administrados, confrontarse con ellos cuando las propuestas no son coincidentes, dar la cara y exponerse a la crítica. Los políticos populistas, aunque parezca lo contrario, son el anatema de la democracia, obedecen a los impulsos del que más grita, de la masa, y dan al pueblo lo que pide, sin saber si es lo que realmente “el pueblo” pide, y sin tener en cuenta ningún criterio sobre el interés general. La falta de que alguien haga el papel de abogado del interés general provoca que la política pública sea de baja calidad, sin proyecto, sin rumbo y peor… sin dar respuesta a los problemas profundos que emergen de la sociedad y que el estado tiene el papel que afrontar.
Hay que incluir otra disfunción provocada por la falta de tensión desde la base, en este tipo de corrupción de bajo nivel provocada por personas que de partida no son “malvadas”. Es la opcionalidad de las leyes, reglamentos y procesos.
Los procesos burocráticos en la administración pública son un engorro, pero son la garantía para que la administración trate a todos igual, y por tanto, no haya un ciudadano que grácias a poder acceder a las puertas de atrás, se beneficie de la administración por encima de otro. La administración genera criterios públicos y publicados para otorgar ayudas, dar licencias, cobrar impuestos, etc. La tendencia en muchos casos es “pedirle algo” a un amigo político para que te abra una puerta. Algo que considero normal en el funcionamiento humano, no debería serlo en los responsables políticos. Sin ser especialmente malvado ni falto de moral un responsable político puede tener tendencia al clienterismo y al amiguismo, haciendo que las demandas de determinados ciudadanos pasen por encima del resto, provocando que algunas demandas mucho más justificadas queden relegadas por otras de menor nivel. Ya no pido que los políticos sean conscientes del velo de la ignorancia rawliano exigible a los funcionarios (que atiendan a los ciudadanos independientemente de quienes sean y se les responda en base a la necesidad real objetiva y a la pertinencia de la demanda bajo los criterios públicos que deben seguir), pero como mínimo que no entren a prevaricar y jugar mediante el favoritismo. Eso ocurre cuando “las bases” que sustentan, votan y apoyan a los responsables consideran que eso es lo normal y que apoyándoles con más ahinco se beneficiarán personalmente más. La corrupción no nace de unos dirigentes por sí sólos, sinó por una cuestión cultural, en una cadena de “te apoyo pero me das favores para así apoyarte más” y entrando en relaciones clientelares que a priori no estaban planificadas. Si no hay ciudadanos que denuncien esto, que protesten y que exijan a sus responsables públicos, ocurrirá que la relación clientelar será duradera.
Por otro lado, los reglamentos y las leyes no son opcionales, en política pública no cumplir las leyes puede ser constitutivo de delito, si hay leyes que obligan a proteger los datos personales no cumplirla incurre en un delito, a parte de exponer en un riesgo a terceros. Si los ciudadanos no exigen el cumplimiento de las leyes, los responsables políticos terminarán tomándoselos a la chirigota, lo mismo ocurre con las normas de funcionamiento interno de las administraciones, los acuerdos o los estatutos de las organizaciones políticas. Las formas y normas pueden parecernos un engorro pero son la única garantía que las reglas de la democracia funcionarán con un mínimo de realidad y que el débil tenga su oportunidad de defenderse del poderoso. Las personas que no respetan las formas ni las responsabilidades tienen poco de democrático, por mucho que tengan el apoyo mayoritario del electorado o de las bases de su organización.
La corrupción en la esfera pública no necesariamente adopta las caras de grandes fortunas creadas a base de prevendas a los poderosos, ni de personas que violan sistemáticamente las leyes, la corrupción se propaga como una lluvia fina, haciendo que el amiguismo y el clienterismo a pequeña escala fundamenten las relaciones del ciudadano con la administración. La corrupción a pequeña escala se muestra en responsables que no lo son, que responden con populismo y no asumen el coste de gobernar.
Esta corrupción se puede dar a todos los niveles y en varias esferas (desde la de las organizaciones, asociaciones a las administraciones) y el principal responsable está en la falta de interés por la esfera pública por parte de los ciudadanos o por la laxitud de las bases de ciudadanos activos (o socios en el caso de una asociación) que comienzan a considerar como normal lo que es una corrupción del sistema.
Ante esta situación el único remedio es conseguir que más y más gente se considere ciudadana activa y por eso movimientos tipo NIMBY a pesar de su lado oscuro y egoista tienen un efecto revulsivo que debería ser asumido como positivo por parte de las administraciones. Es preferible gobernar, a largo plazo, en un dragon-kan ciudadano que en un cementerio social.
Estic molt d’acord amb el teu plantejament de com la política actual molt sovint és incapaç de donar resposta a la necessitat de major participació social, de vetllar per l’interès públic i per la transparència. A vegades, com dius, el clientelisme no és tant una forma estratègica d’arribar a algun lloc, sinó la incapacitat de gestionar res. Davant de la incapacitat de liderar políticament alguna cosa mínimament ambiciosa s’opta per resoldre la cosa més petita però que sí que podem “exigir” a un tècnic. Jo accepto la sacsejada que ens plantegen els moviments nimby però segueixo pensant que on hem de treballar més a fons és en la consolidació de plataformes estables de particiapció (com pot ser el Consell Ciutadà al Districte d’Horta-Guinardó) o en l’enfortiment del moviment associatiu no puntual. Compareteixo bona part de la teva reflexió sobre el clientelisme.
No és només això, sinò que la corrupció de petita escala es pot donar per la manca de voluntat dels veins, ciutadans, activistes, etc. de fer seva la responsabilitat de que lo públic és també seu. Tú el que defineixes més és la manca de talent o projecte, jo parlo de quelcom més greu i profund, una deixadessa des d’abaix de l’espai públic i la permisivitat col·letiva d’aquesta corrupció de baixa intensitat.
El último post de Jose R.: Corrupción y consecuencias de la falta de responsabilidad colectiva en lo público
Proposo fer una “tertulia política” d’aquest tema que dona per a molt.
José,
Per a mi en el teu anàlisi hi ha un aspecte que falta, i és el dolent funcionament de la justícia en Espanya. Casos com el del Sr. de la Rosa o Mario Conde no són molt edificants. Més tard o més dora surten al carrer amb els diners estafats. El Sr. Julian Muñoz no hauria de sortir al carrer sense haver tornat tot el que ha “robat” als ciutadans de Marbella i d’Espanya.
Crec que des de l’esquerra s’hauria de potenciar, a part de les típiques Educació i Sanitat, la Justicia. El govern ha d’invertir en la Justícia, i aquest no és un comentari oportunista, per l’amenaça de vaga. És bastant indignant que l’Agència Tributària disposi informatitzadament de totes les nostres dades i en canvi, les taules del funcionaris de Justicia semblin del S. XIX.
Una salutació molt cordial,
Interessant anàlisi!!
Estem d’acord amb la funcionalitat dels NIMBYs a l’hora de controlar la política, però no oblidis que el concepte NIMBY té una connotació purament destructiva i mai constructiva. És aquí on el què comença essent control, moltes vegades acaba derivant en pur desgast. El NIMBY Marketing (potenciar moviments NIMBY amb fins electorals) és una eina útil per a desgastar el governant, però dificilment ho és per reforçar-lo, a no ser que s’utilitzi en algun tema amb el qual ja es té previst fer un canvi de rumb polític.
Respecte la corrupció, com ja ho vaig dir temps enrere, estem d’acord en que és una de les arrels del síndorme NIMBY.
Ja saps que aquest tema m’apassiona, així que si mai interessa parlar-ne amb més profunditat, ja saps on em pots trobar.