Estos últimos meses han sido extraordinariamente duros para los independentistas. Hemos creído tener el cielo a tocar y hemos visto como esta oportunidad se disolvía como un muñeco de nieve con los primeros calores de primavera. Durante semanas nos hemos movido en el desconcierto sin apenas explicaciones, hemos visto volatilizarse todos los planes y todas las hojas de ruta. Hoy a penas entendemos el porqué se tomaron las decisiones que se tomaron, pero incluso en ese escenario, parte de lo que podríamos haber hecho, por una parálisis del liderazgo independentista no se ha hecho. No hemos ofrecido ni tan siquiera una resistencia simbólica al 155.
Estoy enfadado, muy enfadado con Puigdemont. Y no es por no ejecutar la declaración de independencia una vez realizada, ni tan siquiera por exiliarse. Estoy enfadado por no haber dado la cara desde el 10 de octubre, por no haber dado consignas, por no explicar nada, por presentarse haciendo creer que puede volver como si el 155 no existiera o como si pudiésemos resistir a las órdenes de detención del estado español. Estoy enfadado por no ser consecuente con la decisión de no ofrecer resistencia y hacernos creer que aún quedan ases en la manga.
Puedo entender y aceptar que sus decisiones y la de su gobierno fueran las acertadas, al menos las que se podían tomar en ese momento. Pero me niego a que la única forma de dar cuentas sean unas cartas de Junqueras desde la prisión y las declaraciones de Marta Rovira. La democracia no es solo votar y obedecer los mandatos democráticos. Tampoco es “el gobierno por la ley” como dicen los “constitucionalistas” sino el “gobierno de la ley”. Pero en todo caso, la democracia requiere también “el dar cuentas”. Y eso es algo que no veo desde hace meses.
Es difícil iniciar un duelo emocional en estas condiciones. La pérdida de un ser querido o una ruptura sentimental son un trauma muy duro pero permiten el hacer un duelo e iniciar la recuperación. En cambio cuando un ser querido queda en coma o está desaparecido, cuando una relación queda “en suspenso” sin definir si ha terminado o no sin hacer un cierre o un adiós claro, el duelo se transforma en una tortura, se vuelve más complejo y requiere un esfuerzo titánico para superarlo. Y en cierta manera la falta de cuentas que Puigdemont en primera instancia y el resto de su gobierno han hecho impiden que hagamos ese duelo en condiciones.
Hemos tenido que reconstruir lo ocurrido entre el 10 y el 27 de octubre, hemos tenido que deducir las decisiones que han tomado, también el porqué, y bajo ese análisis fruto de información parcial cada uno ha llegado a conclusiones diferentes. Aceptar que no podemos volver al 3 de octubre, que no teníamos fuerza (o así nos parecía) para implementar la república, que la posición internacional era menos sólida de lo que creíamos, asumir que el cielo a tocar está más lejos de lo que creemos, asumir que hemos intentado hacer una república con palillos y la primera ventolera la ha derribado. Todo eso requiere un ejercicio de duelo importante. Pero la falta de explicaciones del Govern en general (más allá de algunas explicaciones parciales por parte de cargos de ERC) y de Puigdemont en particular lo hacen mucho más difícil.
Y ese duelo los independentistas lo hacemos, mal, de dos maneras. El duelo de los patriotas y el de los traidores. Los patriotas se vuelcan en seguir creyendo en un independentismo mágico, en la próxima argucia del President, hacen planes de como protegerlo cuando supuestamente vuelva de Bruselas, leen con desesperación todo lo que les alienta a que hay una secreta esperanza de volver al 3 de octubre, siguen los editoriales de Partal esperando una luz que les alegre el corazón, se lanzan a las diatribas de algunos iluminados de twitter creyendo que son ciertas. Algunos incluso inventan su “plan secreto” para sacarnos del atolladero.
Los traidores tal vez pisemos más con los pies en la tierra, pero no estamos menos desesperados, seguramente sobrevaloremos los puntos fuertes que tenemos (por ejemplo, el avance en el área metropolitana o el foco internacional conseguido en los últimos meses, o el desgaste de imagen del estado español) porqué lo que hacemos es proyectar en nuestro interior una supuesta estrategia que a largo nos haga ganadores. Estamos creando también otra ficción interna. Es una forma algo más avanzada de hacer el duelo, pero no dejamos de proyectarnos en un futuro y creemos en una estrategia que tampoco está consensuada o ha sido asumida por el conjunto del independentismo.
Los patriotas nos critican a los traidores, tildándonos de dejar a un lado el sacrificio de Puigdemont, de aceptar el 155, como si el hecho de no aplicar la DUI, marcharse y dejar sin instrucciones para resistir a nadie y no ofrecer ninguna consigna, estrategia o explicación, presentarse a elecciones no significara que el mismo Puigdemont ya acepta el 155. Se enfadan cuando les mostramos la cruda realidad que no podemos volver al 3 de octubre, que no podemos implementar la República con R mayúscula hasta que no tengamos una mejor correlación de fuerzas, nos consideran traidores al mandato del uno de octubre. Los patriotas insisten que compremos una supuesta hoja de ruta llena de objetivos simbólicos que solo tienen el propósito de alargar el chicle que podemos volver al 3 de octubre y se indignan cuando ven que no les seguimos.
Los traidores nos frustramos con los patriotas porqué creemos que no han madurado y siguen creyendo en promesas que en el fondo, ambos, sabemos irrealizables. Porqué los vemos perseguir cualquier humo que les de cierta esperanza. Nos enfadamos con ellos porqué creemos que su renuencia a aceptar la realidad retrasa nuestros magníficos “planes” (oh… también caemos en la falacia de considerar que tenemos planes maestros). Nos desesperamos con el culto al líder o a falsas esperanzas de los patriotas. Tal vez los traidores seamos algo más conscientes de lo que podemos hacer y de los puntos fuertes pero nos engañamos diciendo que eso construye una estrategia, simplemente nos da un mejor mapa del terreno, pero aún no tenemos nada que ofrecer.
En todo caso hemos caído en una dialéctica emocional porqué este duelo nos está siendo amargo y difícil de realizar. Patriotas y traidores estamos pasando un desierto emocional duro, salpicado de malas noticias, de victorias defensivas a la desesperada y en el que aún no hemos podido plantar pie en una trinchera desde la que iniciar el contra ataque.
Malgrat compartir la diagnosi encara penso que podem fer moltes coses per implementar la República