En la vida sin querer seguimos patrones conductuales. Esos patrones, además, conectan con determinados patrones conductuales de otras personas, que pueden generar dinámicas que se autorefuerzan en patrones relacionales que se repiten a lo largo de nuestra vida. Estas dinámicas automatizan nuestras acciones y reacciones y hacen repetitivos muchos de los conflictos e interacciones. Un ejemplo es la típica riña entre dos amigos que entran en ciclos de bronca y reencuentros o los reproches cíclicos de las parejas que llevan cierto tiempo juntas.
Algunas de esas dinámicas son tóxicas y están bien definidas en psicología como el patrón del maltratador/codependiente o del triángulo psicodramático de víctima/salvador/victimario. Otras simplemente impiden evolucionar a las personas y les ancla en roles fijos y repetitivos.
El problema de estos patrones conductuales es que son difíciles de romper. Nuestros patrones conductuales atraen a personas en los que encajan sus patrones en los nuestros y entran en dinámicas que se refuerzan. No solo tenemos que lidiar con nuestros automatismos internos, sino también con los automatismos creados en la relaciones y los automatismos de las personas que participan de esa relación. Cambiar roles conductuales es de lo más difícil, no solo porqué es como alterar una conducta cotidiana, como fumar, sino que conlleva hacer cambios en nuestro entorno y en nuestra relación con terceros.
Cualquier cambio en nuestro interior, llevará inevitablemente a fricciones con nuestro entorno.
El primer problema, la colisión del viejo patrón con el comportamiento más consciente
La persona que ha adquirido consciencia de que reproduce patrones conductuales y quiera cambiarlos no lo hará de la noche a la mañana. Durante un tiempo estará en una situación de tránsito en que los patrones conductuales antiguos lidian con las nuevas reacciones y nuevas formas de establecer límites. Y en especial tendran más problameas las personas que no saben bien poner límites. Al principio lo harán de forma muy dura o tajante antes de aprender a hacerlo de forma más sutil y suave.
Pondré mi ejemplo personal y a través de él iré construyendo los problemas que me ha llevado el cambio interior. Yo he sido una persona con baja autoestima y que ha mendigado cariño, he permitido ciertos comportamientos conmigo solo por miedo a perder a las personas que lo hacían. No me he atrevido a poner límites a los demás hasta que ha sido demasiado tarde. Tampoco me he atrevido a pedir lo que quería o necesitaba por miedo a ser exigente y perder esas personas. Me sentía poco válido para recibir la atención de los demás y cuando la tenía estaba dispuesto a pasar casi por cualquier trato. Todo tenía un límite, pero este siempre llegaba tarde y mal. Al mismo tiempo actuaba hacia el exterior bajo una capa de arrogancia y hostilidad, al no saber poner límites tenía que cribar las personas que entraban en mi vida bajo un falso rol de “yo soy fuerte”, para evitar que se atrevieran a manipularme o atacarme (ya que no sabía defenderme).
Cuando he sido consciente de este patrón he intentado romper esa dinámica interna, al principio con más torpeza que habilidad. El problema es que desaprender un patrón conductual no es trivial. El “mendigo de atención y cariño” sigue existiendo, los circuitos neuronales y emocionales que se activan automáticamente cuesta de romper y poner los límites es mejor hacerlo en su momento y de una forma asertiva. Sino se colocan de forma más dura de lo necesario o a destiempo y son difíciles de entender.
Sin querer aún en un primer momento me dejo hacer más daño de la cuenta, yo mismo hago creer que tengo más fortaleza emocional de la real para hacerme más valioso a los demás (“este me aguantará mis peores momentos más que el resto”), yo mismo me autoengaño diciéndome que soy más resistente de lo que soy y más capaz de ser un héroe emocional para los demás (“no me importa que me digas X, no me importa que me trates así, yo puedo aguantarlo porqué soy un superamigo”). El mendigo intenta hacerse valuoso ante los demás para recibir su atención y cariño.
El patrón actúa de forma automática, con el tiempo me doy cuenta que racionalizo comportamientos que no debería aceptar para poder encajarlos y actuando como mendigo emocional no pongo ningún límite. Como aún tengo ese patrón, necesito poder repensar lo que ha pasado y revisar como me he sentido para darme cuenta si lo que he vivido es un trato justo o no o si se me ha violado algún límite interpersonal. Y entonces, cada cierto retraso, pongo el límite, intento cambiar mi comportamiento y no seguir dejando pasar determinadas acciones que me hagan.
Segundo problema, el reaprendizaje de tu entorno
El siguiente problema que se produce al romper los patrones conductuales es que tu entorno ha aprendido a tratarte de una manera. A los demás les enseñamos cuales son nuestros límites, nuestros puntos fuertes y débiles. Las personas esperan cierta seguridad en el comportamiento de en quien confían y las relaciones de confianza se basan en que podremos predecir el comportamiento de los demás. Al cambiarlas alteras esa seguridad.
Cuando estamos cambiando patrones de comportamiento alteramos a nuestro entorno. Por un lado estamos dando mensajes ambiguos. Respondemos con dos patrones de comportamiento distintos y a veces contradictorios (ya que estamos en transición) y por otro dejamos de ser predecibles. Esto para las personas más maduras emocionalmente no es demasiado problema pero para los que tienen inseguridades (y no es una crítica, yo soy de ese perfil) es letal.
Por un lado estás jugando al despiste, actúas con los patrones de siempre por un momento, actúas con los patrones nuevos en otro. Quien le cuesta más entender los límites ajenos no sabe como actuar. De golpe se encuentra que determinados comportamientos no se aceptan o que la persona que ha cambiado se enfada por cosas que antes no se enfadaba. Somos impredecibles, los viejos patrones con los que nos interpretan ya no sirven y lo peor, damos mensajes contradictorios.
Tu entorno puede comenzar a sentirse inseguro sobre ti, creer que los viejos pactos ya no funcionan. Te vuelves para ellos en alguien complicado, en el mejor de los casos han de hacer un esfuerzo para reinterpretarte, en el peor han de rehacerse las relaciones. Para poder terminar de encajar de nuevo los demás se ven obligados a cambiar sus propios roles y papeles relacionales. Quien ejercía un papel “paternalista” o de salvador a lo mejor ya no puede ejercerlo y le obligas a salir de su zona de confort, quien obtenía de ti un sí permanente ha de aprender a entender tus noes, quien antes ejercía comportamientos levemente abusivos sin respuesta de golpe se encuentra con que le responden. El reajuste afecta al entorno. Pasas a atraer a otro tipo de gente que se amolda más a tu nueva situación, pero la que habías atraído antes con tus patrones anteriores también se ve afectada.
En el fondo estás reeducando toda tu red relacional, mostrando cual es tu nuevo estandard de comportamiento, relaciones y lo que esperas de los demás.
Tercer problema, la no aceptación de parte de tu entorno del nuevo patrón por no poder salir de circuitos tóxicos que se han construido en la relación
Estos cambios provocarán que haya quien se adapte y reconduzcas tu relación a un nivel más evolucionado y sano, y quien no se quiera adaptar o aceptar los cambios o aceptarte en tu nueva situación. Cuando estás cambiando patrones que te perjudican y hay quien no termina de aceptarlo e intenta que esos cambios no se produzcan, esa persona no está pensando en tu bienestar, sino en su zona de confort.
Quien es maduro y te aprecia le costará más o menos, pero aceptará los nuevos límites, tus nuevas fronteras interpersonales, especialmente porqué a esa persona le beneficia que tú tengas límites interpersonales definidos porqué así tú mismo respetarás los suyos mucho mejor. Los límites no son discutibles, no son negociables, son las cosas que aceptamos que nos hagan y hasta donde nos queremos implicar. Los límites nos hacen ser personas sanas que también respeten los límites ajenos, les dejen crecer, evolucionar y a través de los límites expresamos que queremos de los demás y que ofrecemos.
Las personas con una cierta madurez emocional les puede costar. Podrán ofrecer resistencias y tendrán su tiempo de cool down para adaptarse a nuestra nueva forma de ser y nuestros nuevos patrones. Algunas relaciones tendrán que cambiar, no los veremos tan asiduamente y algunos roles se alterarán. Si hemos asumido un rol de víctimas o de salvadores, con quien creáramos los triángulos dramáticos tendrán que asumir una relación más madura. Si teníamos relaciones codependientes o abusivas, estas tendrán que ser interdependientes y equilibradas.
Pero especialmente aquellas personas con más inseguridades, ancladas en roles repetitivos donde se sienten cómodas serán las que más sufrirán. Podemos ser compasivos, amistosos, ser asertivos y dar todas las oportunidades del mundo. Pero si no logran aceptar la nueva situación. Si no logran aceptar que ya no pueden conseguir de nosotros lo que conseguían sin una mayor autenticidad, o sin roles tóxicos, o sin situaciones abusivas o sin que tengamos que ejercer ciertas dependencias o pagar peajes emocionales, tendremos que hacerlos marchar de nuestras vidas.
Volviendo a mi caso. Algunas de estas personas que no han podido adaptarse me han llegado a describir como doctor Jeckyll y Mr Hyde, cuando vieron que me revelaba, defendía y me rebotaba por comportamientos que me dolían y que antes simplemente aceptaba sin más. Se me ha descrito como “intenso” por intentar aclarar situaciones, sentimientos y emociones que antes dejaba pasar. He perdido amigos que apreciaba un montón porqué no han llegado a entender que ahora no acepto en mi vida según que tratos. He roto con una figura que ejercía un papel paternalista que no le había autorizado a tener. He dejado de aceptar pequeñas manipulaciones en mi vida ejercidas desde su liderazgo social.
En otro ha habido reajustes enormes. He tenido choques con mi pareja que después de 22 años de relación parecían impensables. He tenido que pedir perdón a viejos amigos porqué me he dado cuenta que ejercía un rol de abusador sobre ellos que era inaceptable.
Hay quien ha encajado bien los cambios, con quien ha mejorado la relación, con quien he establecido vínculos más fuertes. Con otros la relación ha cambiado, sin toxicidades y errores anteriores, y con otros la relación se ha roto con mayor o menor dolor y dramatismo. Cambiar profundamente es como una bomba atómica. Puede que no sobrevivan los que te impulsan a esos cambios (esos maestros de vida que te hacen que te cuestiones profundamente), pero tampoco algunos de los que te han acompañado algunos tramos, cuando eras más débil y frágil porqué no son capaces de aceptar que se acabó ese rol que solo era útil en una transición.
Aprendes que aunque haya personas por las que morirías y las quieras un montón, no dejas que te frenen, te manipulen, te quedes pequeño o no reclames tu espacio y un tipo de relación auténtica, simplemente por retenerlas a tu lado.