El reciente accidente del avión de Spanair que ha costado la vida a más de 150 personas ha vuelto a poner en solfa la intensidad con la que socialmente vivimos unas muertes y otras. Una parte de esta reflexión ya la hace Eduard Díaz en su blog.
Más allá del drama humano de las familias y de las pocas víctimas que han sobrevivido, que de cara para el que lo vive es triste y duro se haya producido la muerte o los daños graves por el motivo que sea, nuestra vivencia social es muy diferente según como sea la muerte accidental (y evitable) de una persona.
Que estalle un avión segando la vida de 153 personas e hiriendo gravemente a 19 es un drama y muy duro. Pero que cada año mueran en carretera 3.000 personas por accidente de tráfico lo es más. Si el valor de cada vida es el mismo deberíamos estar este año 2008 dedicando 20 veces el esfuerzo informativo y de preocupación social sobre los accidentes de tráfico. Y a menos que sea un autocar que se estrelle y mueran más de 10 personas poca atención le damos más allá de las recomendaciones de la DGT y las indicaciones en carretera y no es sólo culpa de los mass-media, si nos dieran una tertulia sobre los accidentes de tráfico tendría menos audiencia que una película de culto checa de los años 40 en versión original.
Es verdad que gastamos muchos dineros en intentar que nuestras carreteras sean seguras, en tener policía que sancione y controle las locuras al volante, en anuncios de la DGT, etc… No hablo del esfuerzo objetivo en la seguridad viaria, ni tampoco del esfuerzo objetivo en la seguridad en los aviones. Estoy convencido que está cerca de cierto óptimo y que la seguridad de los aviones es muy alta.
Hablo del efectismo social de unos accidentes y otros. Alguna vez, algún periódico ha abierto portada con “Verano negro en las carreteras españolas” o se ha realizado algún documental sobre la seguridad viaria pero nunca ha ocupado este tema durante días las portadas de todos los diarios, incontables horas de televisión, etc..
Más allá del “vuelo de los buitres” de algunos medios que han enviado el mismo personal que persigue a los personajes de la prensa rosa a perseguir a los familiares de las víctimas para conseguir la imagen de una persona anónima llorando desconsolada, y que merece una crítica a parte el despliegue mediático ha sido brutal, la reacción social ha sido alta y merece un análisis.
No lo critico, los medios de comunicación intentan dar noticias en competencia entre ellas. Cuando no hay más noticias la muerte de 153 personas se transforma en el tema del mes. Además es un tema importante. Lo triste es que las 3000 muertes por tráfico no lo sean, o como dice Eduard, el goteo de muertes en los conflictos del mundo nos sean del todo indiferentes.
Es verdad que hay un proceso que es la llamada “proximidad psicológica” la que nos hace preocuparnos más de unas personas que mueren en Madrid que otras que mueren en Georgia. También es verdad que como psicológicamente estamos más próximos a cualquier persona del mundo occidental nos conmocione más el atentado del 11-S que los asesinatos y el terrorismo en Irak.
Esta explicación en parte explica porqué el hundimiento de un barco de pasajeros de la India no nos haga levantarnos de nuestro sofá, pero en cambio el accidente aéreo de la semana pasada nos deje conmocionados.
Pero esta distancia psicológica no sólo está basada en “apriorismos” sociológicos y personales. Es cierto que me sentiré más afectado si muere un amigo o un familiar próximo que un conocido y a la vez más afectado que si se tratara de un completo desconocido de una ciudad donde he estado, y a la vez más afectado que si se tratara de un señor que no conozco en la otra punta del mundo. También es verdad que ciertos accidentes son más truculentos que otros. El que haya un accidente de carretera y mueran dos o tres personas no tiene el mismo efecto que un accidente de aviación con centenares de muertos, y más si algunos de ellos tuvieron una muerte horrible. Que el “número” hace también la noticia. Cada año mueren decenas de personas por riadas, pero al hacerlo de uno en uno o en grupos muy reducidos no provocan el mismo efecto social que el accidente del Cámping de Biescas, a pesar que muchos de estos accidentes también eran igual de evitables que el provocado por una mala localización del Cámping.
Aún así, esto no explica que de golpe el tema del accidente del avión de Spainair motive tal vorágine informativa, tal reacción social, tantas horas de tertulia (algunas de ellas que hacen más daño más que informar) y tal necesidad de consumo de información sobre el accidente.
Posiblemente un accidente aéreo nos levanta alguna ampolla fóbica que no tenemos del todo controlada. Volar para la mayoría de gente es algo como mágico, no entienden el mecanismo físico que permite la sustentación de un avión de varias toneladas. No lo han vivido y de hecho nuestro cuerpo y evolución nos ha alejado de situaciones donde el aire sería nuestro único sustento. Casi todas las personas tienen cierto grado de acrofobia o miedo a las alturas… en algunos casos es una mera impresión, en otros es un verdadero pánico, pero nuestro cerebro nos advierte que situaciones donde “el patio” sea amplio no es algo que nos tenga que gustar. Un accidente aéreo levanta ese miedo que tenemos tapado.. si los aviones se accidentan es porqué es muy arriesgado volar. En cambio los accidentes de carretera nos parecen más explicables a errores humanos y evitables y por tanto no les damos valor. Estamos sobre la tierra, y aunque en un coche nos transformemos literalmente en proyectiles y el vehículo puede ser un arma letal, nos sentimos más naturales apegados al suelo, aunque en una situación objetivamente más arriesgada.
Aún así, a pesar de la truculencia de los accidentes aéreos, del atavismo del miedo a volar y de la proximidad psicológica, no explica el efecto tan dramático que tiene en nuestras sociedades determinadas catástrofes.
La parte del león la tiene la mediatización en la que está embebida nuestra sociedad. Esto provoca un efecto que se retroalimenta, una noticia aparecida en los mass-media con un mínimo de efectividad (y una catástrofe lo es) genera una demanda de información que los mass-media entran a satisfacer. Ese encadenamiento de “oferta y demanda” informativa genera un efecto de magnificación emotiva sobre cómo nos afecta una catástrofe.
Es obvio que un accidente de estas características es noticia. Eso no es discutible, pero el fenómeno se agranda (sin que nadie lo planifique, no hay una cabeza pensante que controle “el sistema”). Primero la noticia sale en los informativos de última hora, con un nivel razonable de información, que un avión se estrelle con tanta gente es tan extraordinario que es noticia. Eso genera deshazón y ganas de ser informados por parte de los espectadores, los medios lo saben y a parte de que siga siendo objetivo el informar sobre ello, se entran en detalles, entrevistas a una doctora superviviente que cuenta cómo su pareja se ha salvado y ella no pudo ir a ayudar a nadie porqué se rompió las piernas. Eso genera un efecto bola de nieve mayor que los medios intentan satisfacer y aprovechar. Al final todas las cadenas se vuelcan en informativos, documentales, tertulias, etc… en este tema. Se genera un “debate social” sobre la seguridad de los aviones (que es mayor que la viaria), matando un tema que tal vez tenga más motivos de ser debatido socialmente: las muertes en carretera.
En parte también, nuestra sociedad mediatizada es una sociedad que cree que ha de existir el riesgo 0. Es una sociedad que se escandaliza cuando las cosas pasan porqué hay siempre una pequeña posibilidad que pasen y buscan culpables. Independientemente de lo que haya ocurrido en este accidente, muchos de los que ocurren es por imponderables, o por una acumulación de pequeños fallos, condiciones y situaciones que en conjunto no eran evitables. No nos escandaliza tanto que haya un constante degoteo de víctimas en la carretera (porqué en parte es una responsabilidad repartida entre todos) y en cambio sí que haya un accidente aéreo. Las cuerdas de seguridad en el primer caso dependen mucho más de cada uno de los individuos (y por tanto son riesgos que entendemos y de los que nos responsabilizamos o nos irresponsabilizamos pero con consciencia de que existen) y el segundo lo delegamos, así que la culpa es de la compañía, del gobierno o del piloto al que pagamos para que nos lleven sanos y salvos a los sitios. No asumimos que “viajar” es una actividad que tiene ciertos riesgos. Igual que cruzar la calle, tener ciertos hábitos alimenticios y el sedentarismo. Todo tiene riesgos y hemos de asumirlos. Independientemente que exijamos que los riesgos siempre estén por debajo de cierto nivel que haga de cualquier actividad humana normal algo relativamente seguro.
En las noticias buscamos ese exorcismo de la responsabilidad… no puede ser que los viajeros mueran por el hecho de que viajar tenga implícito un riesgo. No puede ser, siempre ha de haber un culpable y una vez encontrado hay que llevarlo a la plaza pública. De ahí que las tonterías conspiranoicas aparezcan siempre detrás de cualquier accidente. Cuando encontramos el culpable eso nos exonera a nosotros de nuestra cuota de responsabilidad individual cuando viajamos. Es lo que ocurre muchas veces cuando personas sin ningún tipo de preparación realizan actividades que tienen un riesgo implícito adicional, si se encuentran con problemas cargan sobre los equipos de rescate, los responsables de refugios, los políticos o sobre los propios practicantes de esa actividad que sí están preparados por no estar atendiéndoles como creen que deberían.
Todo esto se retroalimenta. Lo que es mediático y coincide con nuestras necesidades psicológicas de exoneración de responsabilidad personal conlleva que sea demandado y una mayor oferta mediática realimenta la demanda futura (de hecho es lo único que mantiene vivo la floreciente prensa del corazón).
Pero esto también ocurre con los asesinatos, no sólo con los accidentes y las catástrofes. Por ejemplo, los asesinatos por motivos políticos (terrorismo) son insignificantes en nuestro país y más aún en los últimos años. En comparación con la cantidad de muertes y heridos graves por violencia en nuestro país el terrorismo es ínfimo. En cambio, el terrorismo siempre aparece como una de las preocupaciones más grandes de los ciudadanos de España. Es sorprendente además el nivel de atención mediática que el terrorismo tiene y el efecto emocional que nos provoca. Un señor que vive en mi ciudad e incluso puede ser un vecino que he llegado a ver varias veces puede morir asesinado en un rincón y no sentirme tan consternado como con el terrorismo. Pienso en mi vecino muerto por un kinki y no me entristezco tanto como recordar a Ernest Lluch. Más allá de que el asesinado (como en el caso de Lluch) sea una persona que murió por sus ideas, el terrorismo tiene un efecto mediático sobredimensionado en comparación a otras formas de asesinato que causan más estragos (como la violencia de género). Tienen que machacarnos para que por fín, después de décadas comencemos a considerar la violencia familiar como algo sobre lo que socialmente actuar.
Y no digo que se tenga que gastar menos energías en combatir el terrorismo, pero sí que el efecto mediático y social está sobredimensionado a su verdadero efecto sobre las vidas de los ciudadanos. Es decir, está mediatizado, se ha logrado colar en esa brecha entre ciudadanos y medios de comunicación que marca lo que “es importante” sobre lo que “no es importante” y que hace que su efecto se multiplique.
Las catástrofes nos consternan y han de servir para poder ser conscientes de que la vida y la actividad humana tiene riesgos, poder combatir los evitables y reducirlos de forma viable (por ejemplo no es viable obligar a todo viajero de un avión a hacer un curso de paracaidismo y equiparles con paracaidas). Pero estas cuando entran en el círculo social de “demanda y oferta” mediática que se retroalimentan llegan a adquirir dimensiones que incluso se tornan en ridículas (como en el caso de los que buscan conspiraciones en el accidente de Spainair, o los que ponen a sus “papparazzis” (los mismos que persiguen a Belén Esteban y con la misma sensibilidad que cuando hurgan en la vida de un famoso) a rebuscar en las entrañas de los familiares de los accidentados para lograr capturar una imagen de dolor).
Aunque definitivamente no entraré a satanizar estos fenómenos, todos, yo incluído somos partícipes de estas bolas de retroalimentación. Todos, yo incluído, vivimos alegremente en ellas y las ayudamos a engordar.
A parte del post de Eduard, recomiendo también el de Geógrafo Subjetivo.
Desde luego, compañero: tú eres experto en “bolas de retroalimentación”, ja, ja, ja.