Tener una capacidad de pensamiento crítico y de no dejarnos llevar por nuestros sesgos cognitivos es una tarea heroica. Si además le sumamos que ante las historias que los expertos de comunicación llaman “story telling” estamos muy expuestos, el acto de conseguir analizar una historia que nos cuentan y racionalizarla es algo aún más complicado. Contaré un caso real no vinculado a la política de como el “story telling” es capaz de perforar las armaduras escépticas más livianas como si fueran de papel.
Considero que todo el mundo mantiene cierto nivel de escepticismo y racionalidad y que ante afirmaciones muy sorprendentes se pediran un mínimo de “pruebas” o evidencias de algún tipo. Estas pruebas puede ser la “palabra” de alguien en el que confiamos. Si mi pareja con la que llevo compartiendo mi vida casi dos décadas me dice que ha visto un elefante paseando por la Meridiana y me lo jura y perjura, le creeré, porqué la conozco, tengo una experiencia previa de que no se inventa estas cosas ni intenta en general manipularme para hacerme creer en marcianos. No es una prueba evidente como ver el elefante por mi mismo, o encontrar árboles arrancados por el paquidermo, pero como mínimo, en ausencia de otras evidencias en contra (como por ejemplo, no encontrar ninguna noticia en el telediario local de que algún elefante se haya escapado), mientras no pueda comprobar otras fuentes lo daré como válido.
En cambio “el amigo de un amigo” o sea, un personaje no conocido por mí, pero sí por un tercero que yo conozco, no es ninguna fuente de prueba o evidencia. La confianza no es transitiva, yo puedo depositar mi confianza en un conocido porqué he tenido experiencias previas, porqué cuando me explica cosas puedo intentar percibir indicios de que me esté mintiendo, porqué cuando mi mujer me explica la historia del paquidermo le puedo preguntar detalles que me permiten aclararla y ver si hay contradicciones, pero en cambio, “el compañero de trabajo de mi amigo” no es una fuente que pueda cotejar. No tengo ninguna referencia a un historial de interacciones con esa persona del que fiarme, no puedo preguntarle directamente para que me aclare detalles, no puedo analizar el contexto en el que explicó, teóricamente, esa historia, no puedo analizar si esta persona en el momento que contó la historia podría estar mintiendo o no.
Teóricamente si alguien hace una afirmación muy sorprendente y lo sustenta en una historia que le contó un amigo, los que la escuchan deberían mostrar reparos y mantenerlo muy en duda. Aunque la realidad no es así, sobretodo cuando la historia tiene todos los elementos que nos gustan del “story telling”.
Entraré en el caso real, recientemente en una conversación de bar con unos conocidos una persona vinculada laboralmente a un hospital nos contó que un compañero de trabajo había tenido un caso muy sorprendente, se trataba de un mito urbano sobre jerbos, explosiones flatulentas y quemaduras de primer grado. El mito urbano es falso, lleva circulando desde la década de los 80. Al alertarle a la persona que lo contaba que esa historia, casi exactamente con los mismos detalles la había escuchado hacía más de 20 años, se sintió ofendida. No solo ella, sino el resto de la audiencia porqué ponía en duda la palabra que daba una persona en la que todos confiaban.
El hecho aquí importante no es que la historia que nos contó era falsa, que lleva circulando más de 30 años, que en internet hay versiones de la historia desde 1993, o que incluso ha aparecido en un capítulo de South Park. Tampoco las objecciones reales que se le pueden hacer a esa historia (como que para que un cañón lance un proyectil, la explosión ha de producirse detrás del proyectil y no delante donde está la boca del cañón), sino los fallos lógicos y argumentales en los que entró la mayoría de contertulios.
Primer fallo lógico en el que nos introduce una buena (pero falsa) historia: La inversión de carga de prueba. Si yo digo que he visto un elefante pasear por delante de mi casa, y alguien muestra una objección racional clara, como por ejemplo, que no ha aparecido ninguna noticia sobre un elefante escapado, que no hay restos del paso del animal delante de mi casa (como árboles dañados, material golpeado, o defecaciones de elefante) y que no hay nadie más en el barrio que haya comentado ese evento, la carga de prueba estará en mi lado no en el contrario. Yo no soy el que ha de demostrar que una historia es falsa, si hay razones claras para sospechar de la veracidad de una historia (como por ejemplo, que la historia que cuenta es un mito urbano bien aposentado y que no es algo “nuevo” que haya pasado en tu hospital) eres tú quien tienes que aportar pruebas para demostrar que la historia es verídica.
Segundo fallo lógico en el que nos introduce una buena (pero falsa) historia: La transición de confianza. Yo puedo confiar en la palabra de alguien que conozco, como dije antes, si mi mujer me dice que vió un elefante, le daré bastante veracidad. Si en cambio me dice que un compañero de trabajo vió un elefante delante de su curro que nadie más pudo ver, no le daré veracidad. El amigo de un amigo puede ser alguien muy honesto, sincero, no tomar drogas alucinógenas, ser una persona escéptica y racional, pero, no tengo ninguna referencia directa de él y por tanto no tengo ninguna posibilidad de saberlo, cotejarlo y de hacer mi propia valoración. Cuando creemos en lo que nos cuenta el amigo de un amigo que no vemos, estamos confiando no en nuestro amigo directo y del que tenemos referencia, sino en el juicio de valor y la experiencia que tiene nuestro amigo sobre una persona que no conocemos. Lo siento, pero para mí, los juicios que hacen otros sobre otras personas me han demostrado que no siempre son justos, atinados o acertados, y sobretodo no tengo ninguna posibilidad de saber si esta otra persona está tomándole el pelo a mi amigo o gastándole una broma, cosa que si me lo hacen directamente puedo tener alguna posibilidad de verlo por mí mismo. Las confianzas en transición no son válidas, y menos ante objecciones claras y directas.
Es curioso pero el poder del story telling, daba mayor fuerza a la confianza en el amigo de un amigo, que a mi palabra directa, de alguien conocido, por el mero hecho de que la historia nos cuenta algo truculento en lo que queremos creer. De un grupo de 7 personas, 6 decidieron creer la historia a pesar de los reparos más que obvios o que una revisión en el historial de leyendas urbanas en google nos daba que esta historia no había ocurrido en un hospital español el año pasado, sino que llevaba circulando como leyenda urbana durante más de 30 años.
La conclusión a la que llego es que como seres racionales dejamos bastante que desear, no solo los sesgos cognitivos hacen que manipulemos y reinterpretemos todo a nuestro antojo, sino que cometemos serios fallos lógicos evidentes. Nos gusta creer en historias y nos gusta escucharlas, y un argumento racional no nos la va a arruinar. Esto que en el caso que cuento no tienen ninguna relevancia, y además actuando así, no se arruina una historia que nos hace reir, imaginémonos el terrible daño que causa al exponernos a ser manipulados por cualquier buena historia que nos cuenten para favorecer los intereses económicos o políticos de quien sepa construir estas historias. De hecho, aquí hay algunos ejemplos.
Personalmente me sentí bastante ofendido cuando un conocido, amigo de una amiga, que trabaja en el sector comercial en Badalona, me “informó” de que en su ciudad los inmigrantes que abren un establecimiento comercial no pagan el IAE durante los dos primeros años, como “ayuda”. Me lo “explicó” como si de un hecho se tratara, y añadiendo a él su indignación por este “hecho”. ¡Qué injusticia! ¡No hay derecho!, pensaba el amigo de mi amiga. ¡Qué discriminación a los comerciantes nacionales! Añadía, indignado, que los comerciantes extranjeros cambiaban el nombre del titular del negocio a los dos años, de “Chu Lin” a “Chun Yi” por ejemplo, para prolongar durante dos años más su paraíso fiscal.
Después de perder dos horas el día siguiente encontrando webs que daban cuanta de la existancia de este rumor, en varias ciudades (Terrassa, etc.) y con diferencias en el número de años de exención tributaria, me enfadé, escribí un artículo dando cuenta del hecho (http://horitzons.blogspot.com.es/2011/05/xenofobia-oferta-i-demanda.html) y me tuve que tragar mi réplica directa, porque no conocía de ningún dato de contacto de ese conocido. Y pensé mucho en la facilidad que tiene la gente para tragarse mentiras y contribuir a propagarlas.
Pues sí, y se dá en diversas historias de todo tipo.. muchas con claro sentido político como la que tú cuentas. Lo peligroso es la ausencia de sentido crítico en lo que escuchamos.