Roger Senserrich ha publicado un artículo en el que relaciona los tipos de instituciones, leyes rocambolescas, y equilibrios sociales que hay en España asociados a una cierta “cultura” (algo que él rechaza tanto por ser una caja negra) donde esperamos lo peor de cualquier negocio e interacción social. Es verdad, la legislación laboral es enrevesada porqué esperamos siempre que nos enfrentemos a un empresario que abuse o a un trabajador que se columpie, un parado que no busque trabajo, etc.. Hacemos la ley para enfrentarnos al “pillo” y aún así asumimos que nos van a intentar timar.
Pero a diferencia de Roger, yo si que creo que la explicación culturalista tiene bastante potencia, a pesar de ser una caja negra que no se pueda facilmente parametrizar. Pero es así. En Suecia he visto aparcamientos de bici con muchas bicis sin encadenar o encadenadas muy ligeramente, algo que en Barcelona o cualquier ciudad española no se te podría pasar por la cabeza (uno de los motivos por el que no voy en bici al trabajo), y eso no tiene que ver con el nivel de vigilancia policial (no hay posibilidad de tener tantos policías que se logre eliminar el hurto de bicicletas), sino con cuestiones culturales y las espectativas que estas generan. Esto afecta a las relaciones sociales, yo no me fío de dejar mi bicicleta en la calle, no solo ya sin encadenar, sino encadenada, lo cuál lleva a que no utilice tan frecuentemente la bicicleta en la ciudad, a que no me fíe del vecino de la misma manera, etc.. y por tanto lleva a un nivel de solidaridad mucho menor, o a que no me fíe de los motivos por el cuál un tipo me pueda pedir 1€ para coger el metro, y por tanto no se los preste. Por otro lado esta actitud se traslada también al ámbito de lo público, no me fío del vecino vaya a cuidar el banco que se acaba de poner y por tanto no me implicaré tanto en su cuidado, y si veo a alguien tirando un papel en el suelo no se lo recriminaré. Lleva a que cuando se firma un acuerdo laboral todos esperamos que una de las partes lo vaya a violar o se vaya a aprovechar de una manera u otra e introducimos salvaguardas, no solo eso, el mismo proceso de negociación, que requiere una confianza entre las partes sea más complicado.
Se alcanza equilibrios no colaborativos en este aspecto, en el que todos perdemos bastante, pero evitamos perder mucho cada uno de nosotros, e intentamos evitar que se nos aprovechen, desconfiamos eso provoca que todo el sistema social sea menos eficiente pero a la vez evitamos que a cada uno de nosotros individualmente se nos aprovechen.
En cambio, estas mismas personas que actúan de esta manera en la sociedad española trasladadas en otra cultura grupal o social se comportan de forma distinta. Cuando acampas en alta montaña te atreves a dejar el material en el punto de acampada para atacar una cima, o incluso te puedes dejar la mochila (con todos tus enseres personales) cuando atacas un collado por donde pasa gente. Todos ganan, si te fías que no te van a robar, no tienes que cargar todo el material que no utilizarás en el ataque a una cima, otros pueden dejar el material y la tienda montada para poder descansar a la bajada, etc..
No conozco a nadie que le hayan robado material que haya dejado en estas condiciones, a veces, por prudencia se esconde pero en más de una ocasión se tira para arriba confiando en la gente. Es verdad que en muchos lugares la dificultad de acceso ya es una barrera para el pillo (si tiene que salvar cientos de metros de desnivel cargado para robar material le sale más rentable robarle a un tipo a punta de navaja en el valle), pero un montañero podría ser pillo y al bajar antes que otros llevarse algo de material (que cuesta cientos de €). No ocurre y en general hay cierta confianza de que no pasará.
Esas mismas personas que dejan cientos de € a la vista y a mano, no se atreverían a dejar una bicicleta de 80€ atada en Barcelona, y actúan con la misma desconfianza en sus interacciones sociales que el resto de españolitos.
El componente culturalista, no deja de ser una caja negra, pero explica algunas cosas, como el mayor nivel de mercado sumergido en economías mediterráneas, el porqué el nivel de fraude fiscal es el doble que en la media europea, la absoluta extensión de “no me haga factura para no pagar el IVA”, que alguien defraude a hacienda no sea considerado un paria social sino casi un héroe o alguien que envidiamos. En pocos países el tipo que asaltó un furgón blindado y se largó con el dinero es considerado una especie de héroe al que admirar, donde la confianza institucional ha caído en personajes como Millet o Urdangarín, que se han aprovechado descaradamente de ella.
Esta desconfianza tiene un efecto nocivo en las instituciones y en la confianza en ellas. Me he encontrado cientos de conversaciones donde la afirmación más fácil es decir que sindicalistas, políticos o cualquiera que se mueva en una institución social lo hace por su puro afán de lucro y donde todos son unos ladrones en una medida u otra. De hecho esta cultura ha hecho que casi desaparezca una de nuestras industrias de alta tecnología más prometedora de la década de los 90.
Lo cierto es que un problema que Roger cita como “España está llena de españoles” tiene cierta realidad, a pesar de ser una maldita caja negra, la desconfianza es algo que se puede medir y que tiene claros efectos institucionales. Como sociólogo no se me ocurre encontrar soluciones a este problema, aunque creo que estas pueden existir a largo plazo en como construimos los incentivos que seleccionan líderes, que permiten medrar a las empresas y que seleccionan estrategias de éxito.
Por ejemplo, en el mercado laboral yo sería más favorable, más que a unas leyes que incluyeran la indemnización por despido y este ser libre, como es ahora, más en unas leyes que no permitieran ese despido libre y que hiciera que muchos fueran realmente nulos (por ejemplo, despedir a un trabajador objetivamente productivo debería tener un fundamento en pérdidas reales, y no simplemente porqué el empresario quiere quitárselo de enmedio), al estilo de legislaciones más duras en este sentido como la italiana o la danesa, y que el despido objetivo fuera más barato o gratuito. Con ello se penalizaría al empresario tirano que cree que puede disponer de los trabajadores como si fueran mercancías, y desincentivaría la “cazador de indemnizaciones” que se apalanca en el trabajo sabiendo que le tienen que pagar para echarle. Aunque esto no sea mágico, a la larga genera una cultura del trabajo algo diferente. Otra forma sería la sanción a los empresarios que tienen trabajadores fuera de la jornada laboral pactada o hacen horas extras en negro, lo cuál reduciría la cultura de presencialidad y haría mejorar la productividad laboral por hora, y quitaría los “culos duros” que medran en numerosas empresas.
El capital social laboral español tiene muchos defectos, también muchas virtudes, tenemos una capacidad de adaptación y de flexibilidad que no tienen otros trabajadores, sabemos “chapucear” mejor para solventar problemas inmediatos que no hay en otras culturas del trabajo (lo que mi madre, antropóloga de formación, llama cultura del manitas). Es algo que deberíamos saber conservar y tranformarlo en un valor añadido, pero hay otras características que debemos eliminar.
Haciendo pequeñas reformas quirúrjicas pensando en sus efectos a largo plazo tal vez consigamos acabar con esta cultura de la desconfianza basada en un sistema que está premiando al pillo y al aprovechado.
Tienes unos errores de ortografía garrafales. Piensa que el lector pone mucho de su tiempo para leer entradas tan densas. Lo mínimo que se exige es no encontrar desastres como este en el título.