En cuanto nos conocimos nos dimos cuenta que éramos como almas gemelas, complementos perfectos. Surgió una de esas amistades que nacen rápido y parecen sólidas. Era increíble la cantidad de atención que me dedicaste y la atención que reclamabas de mi. Yo tenía tiempo, energías, cariño y ganas de compartir. Y tú parecías absorber todo eso y devolverlo con creces.
No me importó ser tu espejito mágico que te devolviera un reflejo positivizado de ti misma y de lo que proyectabas. Me encanta dar un reflejo positivizado a los demás. En personas sanas eso les ayuda a crecer, a agarrarse a aquello que tienen de positivo y ganar en seguridad y autoestima. No sabía que contigo eso generaba una relación de codependencia mútua. Tampoco me importaba que tú me utilizaras como un espejo mágico que devolviera validación emocional, apoyo y cariño. Este tipo de cosas en una relación sana generan una interdependencia creativa y positiva.
Parecía que nunca hubiera conocido alguien que fuera una amiga tan perfecta y fantástica. Y por otro lado tú parecías mostrar que nunca habías tenido un amigo tan fantástico como yo. Pero ya muy al principio comenzaron lo que tú llamabas “chirridos”. Primero fueron pequeñas devaluaciones, muy leves para que pudieran hacerme daño. Correcciones de como hablaba, correcciones de cómo me comportaba en la mesa, de como andaba por la calle y como era mejor cederte el paso. Era poco importante, solo eran arañazos en la superficie. Creía que eran pequeñas manías que te daban personalidad y que aprendí incluso a valorar porque quería aceptarte tal y como eras y no importaban unos pocos arañazos. Pero con perspectiva veo que lo que ocurría es que no querías al espejito con sus defectos. Querías que tuviera el marco adecuado, el azogue de más calidad y estar colgado correctamente porque si no, no encaja en tu mundo, no luce como a ti te gusta.
Más tarde la cosa comenzó a ser más dura. Las devaluaciones adquirían carácter de maltrato. Seguían siendo sutiles: pellizcos para que callara, apartarme con la mano por qué no te dejaba ver a todos los de la mesa, decirme sin que nadie más nos oyera que yo me estaba comportando mal en público, mandarme callar, regañarme por hablar muy alto, hacerme que me quedara atrás cuando andabas con tus amigos. Todo muy sutil. Solo algunas personas de tu entorno se percataron y me lo hicieron ver. Algunos de estos comportamientos eran completas locuras, el porque los hiciste es algo que solo tú sabes, yo solo puedo especular: tal vez no querías que el espejito reflejara a otros, o que deslumbrara más que tú, o simplemente que te avergonzaba mostrar que había muy buena amistad entre nosotros.
Todo esto no lo sé, pero sí que sé los efectos que tiene un trato así. Un vaivén entre un muy buen trato y zascas periódicos. En los momentos de buen trato el cerebro libera dopamina y oxitocina y cuando caen los golpes morales el cerebro libera cortisol. Si esto se repite contínuamente se genera un vínculo traumático. El cerebro queda en un estado de alerta permanente, un carrusel emocional de frío-calor que termina trinchando cualquier defensa mental. Si además los zascas son aleatorios, como así eran, lo que ocurre es que produces indefensión aprendida. En ese momento debería haberte puesto límites, decir basta, cortar de raíz ese comportamiento, pero cuando lo intenté fracasé. No eras capaz de aceptar ni el más modesto de mis límites.
Además entre los ocasionales momentos de devaluación y los muchos momentos dulces aparecía una de tus peores caras. La ira narcisista. Por motivos irrelevantes. O al menos no lo suficiente para justificar tu reacción. E iban de menos a más. Cometí el error de aceptar tu primer arranque de ira sin dejar claro que no iba a aceptar otro más y a partir de ahí tuviste carta blanca. Ahora con perspectiva los entiendo. Cuando cuestionaba tu forma de entender el mundo reaccionabas con ira. No puedes hacer otra cosa, el espejito mágico ha de reflejar lo que tu querías, el espejito mágico no puede dejar de darte validación emocional e intelectual, si te dice que tu forma de ver el mundo puede estar equivocada, tu reacción es la ira. Es normal. Lo entiendo. Desde tu punto de vista es inaceptable que la fuente principal de validación deje de dártela.
Ante estos maltratos yo intenté confrontarte, explicarme, te pedí que lo entendieras, que pudieras cambiar tu comportamiento. Pero era imposible. Tu terrible juez interior, ese que te hace ir en un estado de alerta permanente porque es imposible complacer tus estrictos criterios, ha matado toda tu empatía y compasión. Si tú no sientes compasión ni empatía por ti misma es imposible que lo hagas por los demás.
Tu respuesta fue invalidarme emocionalmente. Me negabas que pudiera sentirme mal. Todo esto lo hacías por mi bien, por qué querías que mejorara, porque me apreciabas. Me encontraba sintiéndome mal por el maltrato y a la vez mal por no saber apreciar el “gran favor” que me hacías. Llegabas hasta el punto del chantaje emocional “a otros amigos no les digo esto”, “otros amigos no te lo dirán por qué no son tan sinceros”, “todo esto lo hago porque pienso en tí y creo que puedes mejorar”, “no sabes lo mucho que yo aguanto de ti y no de otros”. Pero la verdad es que los amigos no someten a una tortura emocional de este tipo. De hecho, si con tus amigos mantienes una relación relativamente distante es porque sabes que ninguno te aguantaría ese trato.
Y cuando no había invalidación emocional había racionalización. Hicieras lo que hicieras había una razón superior, algo que justificaba tu comportamiento. Estados vitales, hormonales, acciones heroicas, siempre había un qué, que justificaba cualquiera de tus comportamientos. Nunca, nunca, nunca pudiste aceptar que te pusiera un límite, que pararas un maltrato, ni tan siquiera que lo que hicieras pudiera causar daño. Y eso es el gran drama de tus relaciones más próximas, que eres incapaz de aceptar, que aunque sea inconscientemente, puedes causar daño a los demás y has de cambiar de actitud. De hecho hasta proyectabas “he de ir pisando huevos contigo”, cuando lo que hacía era quejarme o sufrir acciones que a cualquier persona sana le harían daño. No es que sea demasiado sensible, es que maltratabas.
Tu invalidación y racionalización llegó hasta el punto que negaste mi capacidad de entender a los demás (cuando te supero con creces en empatía y conocimiento del otro), o cuestionaras lo saludable que es que construyera relaciones de interdependencia con otras personas (como si crear vínculos, compromisos y obligaciones con otros fuera algo malo) o incluso dijeras que exageraba por pedir hielo y bajar la inflamación de un golpe que me diste más fuerte de lo que esperabas.
Ante tal muro yo no podía luchar. Era codependiente, inducido por mis propias debilidades pero también por un tratamiento de frío-calor que rompe las defensas mentales de la persona más sólida. Fue imposible establecer límites o un comportamiento interpersonal sano. Supongo que esa es tu manera de establecer el control y dominar la relación, supongo que es lo que te permite estar segura, pero lamentablemente es la manera que tienes de arruinar y alejar a las personas.
En el fondo yo no era para ti más que el espejito mágico, muy útil y necesario, pero un espejito. No me podías ver como una persona independiente, con necesidades y límites interpersonales. A la máquina expendedora de validación emocional e intelectual y de cariño no se le espera que sea más que eso, una máquina en la que metes la moneda y saca el producto. Una máquina no se queja, no pide trato recíproco o respetuoso, no pone límites. Y aquí ya comenzó la fase final. La de los castigos. La del hombro frío. El espejito ya no funcionaba como antes, protestaba, daba la lata, se quejaba, no daba tanta validación como anteriormente y pedía cosas que no encajaban en tu mundo. Además, oh… fantástica racionalización, coincidió con una etapa dura para ti. Para ti fue imposible conjuntarlo todo y al final al espejo le pusiste un trapo. Pensaste que ya lo volverías a mirar cuando estuvieras de mejor humor y el espejo aprendiera a callar lo molesto y a volver a ser divertido.
El problema es que aunque para ti fuera un espejo o una máquina expendedora yo no dejo de ser una persona y encontrarme descartado en un rincón de tu vida, sin tener feedback, de golpe, justo además cuando peor tratado me sentía, fue, seguramente uno de los peores golpes que me podías hacer. En una relación codependiente y no sana, no dejo de ser un objeto dentro de tu cabeza. Una persona no descarta a quien quiere y aprecia, puede pedir distancia, puede pedir límites, pero incluso cuando no se saben respetar del todo, hay compasión y no se les trata como hiciste. En ese mismo periodo, exáctamente, otra amiga que apreciaba casi tanto como a ti nos pidió a todo su entorno personal espacio y lo dimos. Pero la diferencia de formas es el sol y la luna. No olvidó la validación emocional, no olvidó dar cariño, y no ponía el grito en el cielo si pasaba una semana y se la contactaba para preguntar un “cómo estás”. No me dejó conteniendo el aliento emocional. Y cuando acabó el período de distancia que pidió, de un par de semanas, como anunció, devolvió mucho cariño.
Pero es que además en este período se te escapó varias veces la palabra castigo. En más de una ocasión. No solo te estabas protegiendo, estabas intentando recuperar el control. Me estabas castigando por no ser como querías que fuera, por rebelarme, por pelear mi espacio, por querer un trato sano y recíproco. Por en el fondo dejar de ser una máquina expendedora de validación y ser tratado como un amigo. Me moviste del estante de “super amigos” a “amigos castigados que ya recogeré cuando me interesen, pero que no molesten”. Un descarte.
Salir del espejo me costó. Ni te lo imaginas. Más de cinco meses intentando reconstruir mi autoestima y mi ego después del primer descarte. Huyendo de ti a la vez que necesitándote. 5 meses intentando crear un nuevo vínculo sano contigo, buscando un nuevo equilibrio, buscando un tipo de relación interdependiente, a la que tú te negaste a intentar. Porque hacerlo suponía renunciar a tener un espejito mágico a tu disposición. A que el genio del espejo saliera de él y tuvieras que tratarlo como una persona. 5 meses intentando entender cómo había construido un vínculo tan traumático contigo y te había dado tanto poder. Entender como alguien que decía que yo era tan importante y me decía apreciar tanto había terminado tratándome tan mal.
Aprendí, y no veas lo que aprendí en este período. Te conocí más a fondo de lo que en todo el año anterior. Te vi con perspectiva. Y aprendí especialmente sobre mí. Sobre mis carencias, mis boquetes emocionales, mis errores, el por qué facilité construir una relación codependiente. Pero también de mis fortalezas. Me reconecté con elementos de mi personalidad que tenía apagados, perdoné a mi yo de la adolescencia al que creía un timorato. Descubrí mi lado egoísta y aprendí a dominarlo. Y aprendía a recibir y aceptar el cariño de muchas personas, aprendí a dejarme rescatar, mimar, cuidar, atender, sentirme escuchado y a recibir toda la validación emocional que necesitaba. Aprendí a valorar y a fortalecer los vínculos sanos de interdependencia. Aprendí lo que era la amistad sana y mejoré las relaciones que ya tenía. Aprendí a dejarme ayudar, a dar las gracias, a aceptar los “te quiero” a darlos de corazón. Porque de un agujero así no sale uno solo.
Tuve que hacerme más fuerte, más sólido, más seguro de mi mismo, mejorar mis relaciones con los demás, afrontar mis carencias. Todo eso para poder romper el vínculo traumático contigo. Para poder reprogramar mi cerebro adiestrado a ciclos de dopamina-cortisol y en pleno estado de alerta y ansiedad y descartado de una patada sin ningún tipo de feedback de manera dolorosa. Para poder tapar el boquete emocional que tu pérdida me provocó, boquete que no te imaginas como es, porqué aún hoy siento mucho cariño por ti y te añoro. Para poder recuperar la confianza en los vínculos con los demás. Para no entrar en pánico social y encerrarme en una cueva. Para poder confiar.
Mientras tanto en el palacio de la madrastra de blancanieves, bajo la sábana el espejito se rompió, sin que te dieras cuenta. No entenderás en ningún momento el porqué se rompió. Seguramente lo achaques a la fragilidad del cristal o a la mala calidad del espejo. Reconozco que el material con el que tratabas no era el más maleable, pero cuando a cualquier espejo lo tratas a patadas, o lo sometes a cambios de temperatura brusca, termina rompiéndose incluso el de más calidad.
Una parte de ti, segúramente se ha percatado que hay un patrón en todo esto. Que no soy el primer espejo que se te rompe en las manos, la primera relación próxima que arruinas, que en la proximidad haces aguas, que las personas te terminan aburriendo, que te da pánico abrirte porque todos te terminan decepcionando. Pero dudo que esto te sirva para reflexionar. Tu maldita racionalización te da una justificación para todo. El argumento de que nadie te entiende ni sabe valorarte te salva muchos problemas. Además tu memoria selectiva hace el resto. Yo he afrontado mis carencias y mis errores, muchos, de cara. Sé que soy humano, muy falible, extraordinariamente frágil. Arrastraré mis heridas durante toda mi vida y sé que hay miedos sociales con los que tendré que lidiar. No me importa aceptar que dependo de otros y no me importa confiar en ellos. De esta experiencia salgo más sabio.
Tú en cambio, esta experiencia refuerza tus creencias previas. Tu propia autoimagen no se ve cuestionada. Seguirás por la vida sin aceptar que tu comportamiento es destructivo, que eso es un reflejo de tus debilidades internas y de tu incapacidad de crear vínculos auténticos. Y lo triste de todo eso es que debajo de esa coraza infranqueable hay alguien frágil, dulce, fantástico, que puede dar mucho, y con unas virtudes enormes pero que vive bajo el yugo de una jueza terriblemente cruel que le impide tener la más mínima autocompasión. Seguirás negándote la más mínima posibilidad para poder ser feliz, y hacer feliz a los demás, aceptarte y crecer de los errores. Para ti no hay ningún problema, nada a corregir, no hay daños que sanar, somos el resto, excesivamente sensibles, excesivamente débiles, excesivamente inmaduros, los que fallamos. Para ti es el mundo el que está equivocado y que no te entiende. Aunque en el fondo sabes que no es así.
Y yo ya no existo ni en los pedazos de ese espejo que se te ha roto en las manos, no te puedo ayudar. Y aunque te apreciaré toda mi vida, he escapado y ya no voy a volver a estar dentro de ningún cristal. Ya no puedes volver a llamarme espejito, espejito mágico… …ya nunca más voy a volver a reflejarte.
Artículo dedicado a todos los que han intentado salir de un espejo mágico, a los que continúan dentro luchando por salir, a los que me han ayudado a salir del mío, a los que buscan una piedra para romper del espejo donde han terminado atrapados.
Tanto los supervivientes como quienes les ayudan terminan siendo maestros de vida.
El dia que puguis llegir això sense que se’t remogui res per dins, el dia que deixis de tenir fixat aquest text a la teva vida, aquesta despulla teva publicada i pública, només aquest dia estaràs realment alliberat del mirall i podràs veure la vida a través del vidre o millor encara, a través de la finestra oberta.
Deixa que corri l’aire, sent com t’acarona el vent la cara i viu.
PhAnTeR