Política

La moral socioeconómica neoconvergente


Los neoconvergentes (las nuevas hornadas de militantes activistas convergentes que no vivieron tan activamente la etapa de glorias del “avi” Pujol) están mostrando, igual que los del JMJ papal, un furor moralista que tira de espaldas. En este caso, a diferencia de los JMJ que su propósito es inmiscuirse en como follamos y como decidimos mantener nuestra vida reproductiva y también en que valores espirituales tenemos que tener, ellos lo hacen en el plano socioeconómico.

La moral como justificación de la desigualdad socioeconómica y coacción al movimiento obrero en el siglo XIX.

Desde antiguo la moral como instrumento de justificación de las desigualdades sociales ha sido una herramienta al servicio del poder. Se consideraba al pobre como causante de su desgracia por sus desviaciones morales y personales. Los padres y madres de familia que tenían a sus familias en la pobreza lo hacían por su falta de ganas de trabajar, su querencia por el alcohol, por no querer esforzarse o por no saber ahorrar y gestionar su dinero.

Las terribles desigualdades sociales que aparecieron a inicios de la industrialización (y que a diferencia de lo que dice Esperanza Aguirre, tendríamos que esperar a la aparición del movimiento obrero y una lucha durante muchísimas décadas para que comenzaran a reducirse y a mejorar las condiciones de los trabajadores fabriles) no quedaban ocultas a los ojos de la burguesía y las clases dirigentes, convivían en las mismas colonias fabriles o en las mismas ciudades. Además la burguesía no tenía la “justificación divina” sobre su posición y se jaztaban de que ellos o un antepasado de ellos hubiera conseguido medrar económicamente. Dios no explicaba la posición social ya que su “clase social” había acabado con los estamentos sociales creando la movilidad social en base al talento personal y la capacidad de generar riqueza. Desde el Malthusianismo al darwinismo social para explicar la pobreza, detrás existe una gran construcción moral para justificar más bien la posición de privilegio de las clases dirigentes.

De toda esa moralina, los neoconvergentes vuelven a sacar jugo. En este caso adaptadas a una nueva etapa.

 

Los neoconvergentes y la nueva moral socioeconómica

Me he encontrado neconvergentes quejándose de que haya personas que estando desempleadas no acepten algunos trabajos porqué el sueldo que les ofrecen es menor que la prestación por desempleo y les parecía fatal…

La misma argumentación que dan es la que indican que “los que están en desempleo y cobran alguna prestación” deberían aceptar ir a trabajar en la campaña de recogida de fruta en el campo catalán y les indigna que haya desempleados que no quieran ir a hacer ese trabajo.

Vayamos primero al tema de las opciones laborales, los costes de oportunidad y luego a la moralina que hay detrás de su postura.

Una persona cuando decide aceptar una oferta de trabajo no lo hace desde el planteamiento de que “mejor trabajar por cualquier sueldo que no trabajar“, esa es una visió neomalthusianista, que por suerte, no se produce en occidente. Por suerte, no vivimos en una sociedad de agricultores de subsistencia y la gente que ha trabajado ha podido ahorrar un poco algunos, otros tienen un colchón familiar y además tenemos un seguro obligatorio colectivo que evita la exclusión social llamado seguro de desempleo.

Cuando alguien está en el paro no es “lumpen-proletariat” o la famosa reserva de desheredados de la cuál tirar para conseguir trabajadores a costes irrisorios. Cuando alguien está desempleado ha de contemplar el “coste de oportunidad” para entrar a trabajar.

Una persona desempleada también tiene actividad que repercute en la economía familiar: tienes quien se puede encargar de cocinar, de hacer la compra, de limpiar y ordenar la casa, de hacer pequeñas reparaciones, chapucillas y de conseguir mejores precios de alimentos, productos, etc… Además muchos hacen de cuidadores, atienden a los críos, etc…

Cuando una persona desempleada se plantea coger un trabajo no lo hace en comparación a un coste cero. Si tienen críos ahora han de plantearse tener canguros, buscar actividades extraescolares, buscar medios de transporte más veloces para poder dejar los niños en la escuela e ir a trabajar o bien en temporada estival pagar las famosas colonias.

Por tanto no esperemos que los desempleados que quieran ser trabajadores, reciban o no el seguro de desempleo, sean personas que vayan a estar dispuestas a cobrar cualquier sueldo y a hacer cualquier trabajo.

Por otro lado, es muy gracioso que gente que no ha doblado la espalda en su vida y no han hecho otra cosa que trabajo de oficina como cargos de confianza en administraciones convergentes o colocados por sus familiares en cargos intermedios le digan a la gente que vayan en plena canícula estival a coger peras en el campo lleidatà. Que abandonen a su familia durante un mes y que vayan a hacer un trabajo muy duro por un sueldo más que cuestionable (y en muchos casos en negro). Entiendan que uno puede ser un desempleado pero eso no le convierte en la reserva laboral semiesclavizada de la cuál pueden tirar para cualquier cosa.

 

Sobre las prestaciones de desempleo y salarios inferiores

Todo esto nace para cuestionar la prestación por desempleo o entender que si alguien percibe una prestación por desempleo ha de aceptar cualquier trabajo. Vayamos a analizar el tema.

Si alguien tenía un sueldo profesional de 100, los primeros meses de desempleo cobrará 80 y los subsiguientes 60. Por tanto si un desempleado le ofrecen un trabajo con un sueldo inferior a la prestación por desempleo quiere decir que le están ofreciendo “algo” que es la mitad de por lo que trabajaba antes. Imaginémonos que una persona tiene un puesto de cierta categoría profesional, cobraba 1.500€ al mes y que entra en desempleo. Si lleva unos cuantos meses de desempleo recibirá unos 900€ de prestación, por tanto las opciones que está rechazando son sueldos de 800€. Practicamente la mitad de lo que cobraba cuando estaba en activo y por tanto, además muy por debajo de su categoría profesional y su productividad.

Una persona puede aspirar, si tiene el margen de llevar poco tiempo desempleada, y es una opción racional, a conseguir un trabajo ligeramente inferior al que tenía anteriormente no meterse en otro que para él es un abismo. Imaginémonos un tornero-fresador que le ofrecen ser dependiente de un comercio al por menor. Cobrará menos, pero es que además le costará más encontrar trabajo de tornero-fresador al tener menos tiempo para buscar empleo y al desconectar aún más con las empresas de su sector.

Una cosa son los cientos de miles de jóvenes que han pasado por la construcción en tiempo de bonanza ganando un buen sueldo siendo prácticamente peones de obra y otra son personas con formación profesional en sectores que ahora están tocados pero no eran “burbujas” y que renuncien a esa formación profesional que aún es útil al mercado laboral cuando este comience a recuperarse.

Por tanto es racional, no solo desde el punto de vista económico cortoplacista (mientras tenga unos ingresos superiores no opto por un salario menor), sino en la construcción de una carrera profesional. A parte de los costes de oportunidad vigentes.

 

La moral y los costes de oportunidad

Es verdad que esta actitud es positiva para el individuo, podría tener efectos negativos en el agregado. Es “mejor” para una perspectiva cortoplacista que una persona que recibe 900€ del sistema de desempleo coja un trabajo que lo haga alguien con menor calificación profesional que además o no tenía ya prestación o bien esta es de menor cuantía. A las arcas del estado le va a ir bien, pero a largo plazo no. Que una persona con un valor productivo en una determinada profesión que aún es capaz de generar riqueza a mayor productividad malbarate su talento y capacidad en puestos de menor valor añadido hace que el conjunto del sistema empeore. Cuando el empresario del metal que está viendo que las exportaciones de vehículos han mejorado y consigue un contrato de una industria productora para una serie de piezas de recambio busque esos tornero-fresadores les costará encontrarlos si están trabajando en el comercio, tendrá que ir a por esos jóvenes que son peones de la construcción sin formación y tirar de ellos, por tanto su empresa será menos productiva y tendrá peores resultados.

Si creemos en “la mano invisible” y que las decisiones individuales que no intenten retorcer el mercado a su favor, sino funcionar en los incentivos que se generan son buenas para los que invierten, también lo son para los que venden su capacidad de trabajo.

Lo contrario es creer en el libre mercado para los “ricos” y el control social y coacción moral-simbólica para la plebe que necesita ser guiada. De hecho un retorno al miedo hacia “la masa” que es lo que temían los dirigentes burgueses de finales del XIX y provocó la reacción contraria al movimiento obrero (y las peores represiones durante finales de este siglo e inicios del siguiente).

 

Doble moral socioeconómica

Para los neconvergentes, este dilema que además según su postura no solo lleva a unos peores resultados para los individuos sino también para el colectivo es muy parecido a la doble moral victoriana. Para ellos, que los incentivos capitalistas de enriquecimiento funcionan de forma positiva para los empresarios, no debería ser así para los trabajadores. De hecho, a ellos les parece bien que los productores de fruta puedan contratar por cuatro duros ya que “así generan más riqueza” (de hecho más riqueza para ellos, no tanto para el conjunto de la sociedad, porqué socializarían menos riqueza con salarios más bajos).

En cambio que para los trabajadores también funcionen esos criterios de incentivos les parece aberrante y mal. Es decir, va bien que los capitalistas puedan disfrutar de la “libertad de elegir” y que no haya dilemas morales (toda decisión del capitalista en búsqueda de su enriquecimiento individual favorecerá al sistema según su forma de ver el mundo), en cambio toda decisión de los trabajadores ha de ser moral y pensando en el beneficio colectivo (aunque este no sea tal).

Volvemos pués a la moral socioeconómica que justificaba las desigualdades sociales de la sociedad industrial en el siglo XIX. Y de manos no de los beatos del JMJ sino de la nueva oligarquía política (prima y hermana de la oligarquía económica catalana) de los jóvenes cuadros políticos de Convergencia Democrática de Catalunya.

Al menos, los de Unió Democrática no son tan hipócritas y han sido y serán siempre democratacristianos y no como sus socios de coalición democrata-hayeckianos.

Soc coordinador de la revista electrònica i xarxa de bloggers www.socialdemocracia.org, webmaster de la UGT de Catalunya i militant del PSC.

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