Como me es habitual, me he enzarzado en un flame sobre movilidad, en este caso con Jaume Barberà, director del programa “Singulars” de TV3, un programa en el que se entrevista a analistas, expertos y sabios sobre temas de su expertise. Es decir un programa de gran calidad que toca los temas de fondo.
Jaume se quejaba de que Catalunya tiene el récord de rádars del estado español. Todo comenzó con un comentario donde le indicaba que yo estaba orgulloso de vivir en un país donde las carreteras eran un poco más seguras gracias a los radares. La conversación dió para unas cuantas decenas de twitts y si queréis seguirla, podéis hacerlo por aquí.
Hay una cuestión que no logró Jaume y en cambio si consiguió Jordi Bonastre. Matizar el argumento, ampliarlo y focalizar en aquello que realmente se tiene fundamento. Y es que la matización es importante. No se puede descalificar desde una opinión periodística el trabajo de los ingenieros que diseñan las vías de circulación, el total de radares, o los criterios en los que Mossos se basan para ubicarlos, en base a uno o dos casos donde “creemos” (y quiero aclarar el término creer, frente a tener un conocimiento fundado) que los radares están mal pustos. Si Jaume hubiera matizado su postura indicando que él conocía que había dos radares que creía que no estaban bien ubicados y que la red era mejorable, seguramente su opinión hubiera estado más fundamentada.
Y es que a pesar de todo los datos de accidentalidad claman al cielo. El mapa de radares fijo, coincide bastante con el de puntos negros, la accidentalidad en Catalunya ha caído a niveles muy bajos en comparación con el año 2000. En el 2011 hemos tenido un centenar largo de muertos en carretera (en las primeras 24 horas del accidente) frente a los más de 500 muertos del 2000. Catalunya es la cuarta CCAA que más ha reducido su accidentalidad y tenemos un índice de mortalidad en carretera que es comparable al de los países de la UE más avanzados. Esta reducción de mortalidad en un 70% en 10 años no se ha conseguido por arte de magia, o por una mejora de la tecnología de los vehículos o porqué las carreteras sean más seguras, sus efectos han tenido pero son menores, el efecto real está en el carnet por puntos y un mayor control de las infracciones de velocidad y alcoholemia, las principales causas de accidentalidad, aquí y en toda Europa. Una cosa curiosa es que Jaume me echaba en cara que en estos años no “había hecho nada” para arreglarlo, como si ser conseller de distrito de movilidad me diera ninguna competencia en los radares de carretera de los que se quejaba. Más allá de la queja a mi persona, los datos indican todo lo contrario, desde el 2000 hasta la actualidad el trabajo en seguridad vial es impecable, se ha mejorado a ojos vista, a un ritmo mucho mayor que la mayor parte de países europeos y nuestros indicadores de accidentalidad son mejores que una gran parte de estos países.
Puede que Jaume Barberà tenga razón en la ubicación de los dos radares que le hacen la vida imposible, es su opinión y debería ser contrastada con un ingeniero de movilidad o por Mossos para valorar si en esos puntos hay concentración de accidentes o la configuración de la vía hace que sea necesaria más mano dura a la hora de imponer el límite de velocidad. No se si la tiene, y la propuesta que me hizo de ir a recorrerla solo permitirá confrontar una opinión no fundada con otra opinión no fundada (he sido conseller de mobilitat pero eso no me otorga conocimientos técnicos de forma automática).
El problema es que Jaume Barberà, un periodista por el otro lado muy profesional, pierde cualquier razón al generalizar a todo el sistema de radares, cuando este ha demostrado, junto a otro conjunto de medidas una verdadera eficacia a la hora de reducir la accidentalidad en Catalunya. En cierta manera yo espero de un periodista de su nivel que si suelta una opinión de este tipo y se la confrontan con datos pueda matizarla, hay cierto grado de responsabilidad como generador de opinión fundada. No deja de ser el director de uno de los programas de análisis de más calado, y quiera o no, sus opiniones en público (y twitter lo és) tienen un efecto social.