La política mantiene una relación alejada de la ciencia, aunque comienzan a haber aproximaciones. La introdución de los nuevos conocimientos de la neurología por parte de la comunicación política, es un primer paso. Pero la relación entre política y ciencia no debería de ser algo anómalo. Los políticos profesionales suelen ser juristas y/o funcionarios. Lo cuál, queramos o no, le otorga cierto talante a la comunicación política y a la tipología y lógicas a la acción política institucional. Aún así, hay siempre “raras avis” en política que vienen de las ciencias puras y duras. No sé si todo el mundo sabe que Javier Solana o Aleix Vidal-Quadras son físicos (no sólo de formación, sinó que han ejercido como investigadores). Pero estas raras avis, son exáctamente eso, raras avis.
Hay cierto snobismo de la política hacia la ciencia, el conocimiento formal científico no es algo que sea valorado a la hora de utilizar sus bases analíticas y epistemológicas. De ahí que la sociología del relato y no del análisis numérico, o la ciencia económica más ideológica y menos de hipótesis “falsables” son más tenidas en cuenta que sus posibles alternativas. Apesta lo que obligue a un análisis matemático de más de 30 segundos. De ahí que haya propuestas que físicamente sean un pastelón pero que haya quien las plantee aunque los modelos que se derivan de esas propuestas digan que el resultado sea horrible.
Los políticos al carecer de una mínima formación en pensamiento científico están vendidos a sus técnicos. Que por muy honestos que sean, muy profesionales, hay que saber discernir cuando su criterio está fundamentado en la ciencia y el conocimiento profundo de su disciplina y cuál es un criterio arbitrario que tal vez no deberían asumir ellos. Un ejemplo son los condicionamientos de los arquitectos a determinados proyectos, por poner un ejemplo el “criterio de diseño” de algunas promociones de pisos de protección en zonas de costa no contaban con balcones porqué no casaba con el estilo arquitectónico de la zona, según el arquitecto en jefe del proyecto. En otros casos se proponen zorrocotadas que no tienen valor real a un coste social injustificable, sólo porqué hay un criterio marginal y de poco valor que se adscribe con las ideas preconcebidas que tiene. Un ejemplo de ello es la propuesta de Imma Mayol (pero NO del ayuntamiento de Barcelona) de reducir la velocidad en las rondas a 60km/h. Es bueno que los políticos sean coherentes, consecuentes y militantes con una ideología, lo que es malo es que no tengan unos criterios para discriminar lo que técnicamente se les pone en la mesa. No pido que los regidores de urbanismo sean arquitectos, o que los de medio ambiente, geofísicos, pero sí que haya un mínimo común sobre lo que en ciencia es necesario y lo que es arbitrario y una cierta actitud espistemológica que evitaría algunos despropósitos. Es difícil que el político que ha de explicarle a unos ciudadanos que determinada obra es necesaria que se haga de una forma determinada, porqué técnicamente es imprescindible, si él mismo no lo entiende, o no sabe si los criterios técnicos son realmente ineludibles y desconfía de lo que le digan sus técnicos por un desconocimiento básico.
Al menos, de vez en cuando la ciencia aparece en la política, como en la última Escola de Formació del PSC con la ponencia de Eduard Punset:
Estoy totalmente de acuerdo contigo Jose. Los políticos debiéramos fiarnos más de los científicos y los científicos debieran comprometerse más en política sin dejar de ser científicos. Otro gallo nos cantara en algunas ocasiones. Respecto a la presencia de Eduard Punset en la Escola d’Hivern, todo un lujo que debiera producirse con más frecuencia, claro que a lo mejor no se puede porque tampoco abundan los hombres del renacimiento como él. Yo te puedo asegurar que, con todo el respeto que me merecen cuantos participaron en la Escola d’Hivern y entendiendo que hubo un nivel bastante bueno (menos en el caso de los periodistas que no fueron más que a lloriquear y personalizar un problema que es de todos), los momentos que nunca olvidaré son los que contemplé y escuché ensimismada a Eduard Punset, un hombre que tiene la gran virtud de explicar lo más difícil de la forma más sencilla. Y además lo hace diviertiendo y derrochando simpatía. Un gustazo.
¡AMÉN!
Aunque muchos pensamos que todavía es poco, el erario público se gasta una fortuna subvencionando proyectos de investigación, dando becas doctorales, en la actividad ordinaria de las universidades, en proyectos de I+D+i del sector público, etc.
Me pregunto cuántos políticos y cuántos de sus técnicos repasan los informes, tesis y tesinas derivados de esa tarea investigadora que pagan todos los contribuyentes.
Yo me he tenido que oír de un político que los científicos no tienen la verdad absoluta. Es verdad. Pero seguro que no esgrime ese argumento al médico que le dice que le va a operar de apendicitis, o al fontanero que le dice que tiene que cambiar la instalación de agua.
A los científicos les pagan para que sepan más que nadie de determinados temas y compartan su conocimiento con la sociedad. Entonces, una de dos:
– o confiamos en su trabajo, porque creemos que es bueno
– o creemos que son malos y, entonces, los echamos a la calle y destinamos los fondos a otras partidas
Pero gastar sin aprovechar la inversión, eso es el colmo.
Habría que pensar en que este hecho ya está sucediendo en el IPCC
Coincido contigo en que el momento no es el más oportuno, pero no tanto en lo que me parece un cierto inmovilismo por parte sindical (como siempre que se ha propuesto algún cambio, incluso los que a posteriori se han demostrado imprescindibles).
Hay realidades demográficas incontestables, la proporción entre ancianos y jóvenes, o entre pensionistas y cotizantes es cada vez mayor. Si pese a ello es cierto que el sistema aguanta y aguantará a largo plazo (ni afirmo ni niego, hay teorías para todos los gustos), ¿qué pasaba cuando la pirámide poblacional era de otra manera, más pirámide y menos urna? Debería haber sobrado dinero a espuertas, ¿no? No sé, me parece extraño.
Y en todo caso, no me caso con una medida concreta, porque siempre hay más de una alternativa. Siempre. Pero critico la cerrazón a ni tan siquiera plantearse el tema, si no ahora, sí en otro momento.
Manuel:
Te has colado de post. Aún así te respondo. Que hay cada vez menos cotizantes por jubilado eso es literalmente falso. El mínimo se alcanzó en los años 80 con 2,15 por cada jubilado y el máximo en el 2007 con 2,70. Actualmente, Y EN PLENA CRISIS, hay 2,50 cotizantes por cada jubilado.
Ya no es sólo “los argumentos de los sindicalistas inmobilistas” sinó de profesores universitarios (manifiesto de los 400) o más recientes:
http://albertsales.wordpress.com/2010/02/22/si-sha-de-treballar-fins-als-67-es-treballa-pero/