Las imágenes de ayer de la marcha “triunfal” del nuevo monarca por las calles de Madrid son chocantes. A la vez que hay una realidad “institucional” de apoyo incondicional al monarca y una prensa volcada en dorarle la píldora (de una forma que causa incluso vergüenza), la monarquía causa o bien indiferencia o bien un leve rechazo.
Ver las calles de Madrid prácticamente vacías (la excusa es que en Madrid era festivo, pero han habido otras manifestaciones públicas durante días festivos con mucho más éxito) o ver el elegante (no han habido palos, la policía en este caso ha sabido hacerlo de forma pacífica) y pacífico abuso de autoridad de las fuerzas de seguridad eliminando símbolos republicanos.
La ausencia de apoyo popular (tampoco indica que haya un rechazo social amplio, simplemente que no genera ningún tipo de reacciones positivas), contrasta con un sobre-exceso de halagos en los medios y un enrocamiento institucional. Una superlatividad en los apoyos en la prensa, que bordea el ridículo, y un blindaje de los simbolismos, muestra más debilidad que fortaleza.
En el 1978 la monarquía representaba la bertura la apertura y la llegada de la democracia, hoy representa el inmovilismo y el status quo. Un status quo que ha de blindarse contra las representaciones simbólicas de una minoría republicana, pero que puede transformarse en mayoría por el mero hecho de intentar sobreproteger la monarquía y los excesos simbólicos de sus defensores.