Dos semanas casi después del 9N se pueden hacer reflexiones en frío. 2.350.000 votos realizados en condiciones difíciles fue un buen resultado y una victoria de los desobedientes civiles, pero evidencia dos cosas. Hay una mayoría social a favor de la independencia, pero esta es muy justa para garantizar una victoria en un referéndum de independencia.
Hay análisis casi ridículos que dicen que “sólo” somos 1/4 de la población, al comparar el 1.900.000 votos independentistas con el censo total de la población adulta. Algo bastante ridículo. Es considerar que el colectivo independentista es inasequible a las amenazas, que toda persona soberanista siente la misma motivación para votar algo sin consecuencias legales, que por ejemplo, elegir un gobierno, que el tener menos colegios y mesas electorales o no tener información en el hogar de donde se vota, la ausencia de voto por correo o que la falta de una campaña que ayuda a la movilización no afecta a este colectivo. Y considerar el “sí-no” como unionista es un error clave.
Lo que sabemos es que el independentismo tiene casi dos millones de personas que irán a votar EN CUALQUIER ESCENARIO. Es un suelo electoral más que sólido para ganar muchas cosas. Por ejemplo, unas elecciones generales o plebiscitarias o municipales. Las fuerzas soberanistas e independentistas tienen ganadas las elecciones con esa base. La participación máxima en unas elecciones en Catalunya es de 3,5 millones de personas, con 1,8 se tiene ganada, teniendo en cuenta que habrán votos a ICV por parte de los “Sí-No” que poco pueden sumarse a los “unionistas”. La falta además de voces unionistas que puedan agrupar el voto y movilizarlo de cara a unas autonómicas también es un incentivo a considerar que el 1,5M de votos unionistas seguramente también son su techo electoral habitual (contando ya al PSC no como federalista, sino como unionista, que ya es asumir bastante).
El resultado coincide bastante con el 55% de catalanes que se declaran independentistas. Así que la hipótesis de una victoria sin problemas en las plebiscitarias (cagadas a parte de los propios partidos independentistas), es bastante adecuada.
Pero unas elecciones plebiscitarias o una consulta no es un referéndum, el SNP ganó con una mayoría muy justa las elecciones parlamentarias del 2011 (una mayoría que sería menor al suelo del 55% del electorado en el peor de los casos de las fuerzas independentistas, sino con el 44%), y perdió el referéndum de la independencia. Ganar elecciones al Parlamento no garantiza que todo ese voto se transformen en síes a favor de la independencia. Los ciudadanos que votaron “Sí-Sí” se lo pensarán dos veces antes de votar a favor de la independencia. También los del Sí-No tendrán que pensar dos veces y ante una tesitura donde enfrente tienen una España hostil y sin oferta pueden optar por el Sí, pero no hemos de esperar que nuestros rivales siempre cometan errores, y la independencia real está llena de miedos y dudas. Ese suelo de 1,9M de votos puede ser menor a la hora de la verdad, por mucho que parte de los “federalistas” terminen mojándose por la independencia seguimos teniendo mayorías muy justas. El NO que hoy tiene una pobre expresión política (3 partidos totalmente desquiciados o desubicados en Catalunya, un PP del que huyen como de la peste, Cs que está viendo como no aglutina todo el voto desorientado del PSC y un PSC que lame sus heridas y no parece recuperarse), a la hora de la verdad expresarán su preferencia en un referéndum con consecuencias.
Así que estamos en una situación de empate técnico. Los independentistas ganamos la batalla para mantener el frente abierto y seguir avanzando, pero los unionistas aún no han perdido la batalla del referéndum. Al igual que la guerra de trincheras del 1914 al agotarse la ofensiva alemana en el río Marne, podríamos estar en un empate permanente hasta que el bando unionista termine de desgastarse (por falta de motivación, falta de una oferta que termine por arrastrar a los federalistas y por pura sustitución generacional).
El empate técnico tiene dos soluciones: una que haya una oferta muy sólida por parte del gobierno español y la principal oposición. Cosa que al menos a corto plazo no lo vamos a ver. O que el independentismo termine cuajando en sectores que hoy dudan o tienen miedos.
Para los unionistas está bastante clara su agenda, aunque con excepciones contadas como Odón Elorza, ni lo quieren ver, ni lo van a hacer. Para los soberanistas también. Es hora del independentismo de cara amable, que empatice con los unionistas, que sepa entender sus miedos y afrontarlos, resolverlos de cara. Es hora de concreción de que futuro nos esperaría en una Catalunya independiente, y que los soberanistas se mojen por una carta de elementos básicos que terminen atrayendo a los que aún dudan y los que queremos hacer dudar. Y tenemos tiempo. El tiempo juega a nuestro favor.
Jose,
un anàlisi molt acurada. La comparteixo plenament.