Hay matones en la vida. Está el niño grandote que abusa de sus compañeros en el patio del colegio. Está el kinki de toda la vida que intenta intimidar a sus vecinos. Está el machista que agrede verbalmente a las mujeres. Está el compañero de trabajo que intenta someter a sus compañeros con su actitud abusiva.
El matón de toda la vida puede terminar en la política. En política hay de todo: buenas personas, personas con empatía, personas generosas, sociópatas, apáticos, y matones psicópatas. Como todo matón tiene un perfil de “macho alfa”, de líder. Es ego con patas. Se comportan como matones en las pugnas internas y también con los enemigos exteriores.
Hay dos tipos de matones políticos. El kinki con poder que lleva toda su vida abusando de su posición de poder, colocando y quitando gente de cargos y prevendas a su gusto y establece su reino de terror. Ese matón suele ser bastante evidente (algunos podéis evocar nombres de famosos políticos que dan con ese perfil) y no trataré en detalle en este artículo.
El segundo es un matón acomplejado, o el que llamaría “matón de moral elevada”. Suelen tener cierta soberbia, una autoimagen demasiado elevada y están rodeados de un entorno que cree en esa autoimagen. Este entorno le sirve de sustento psicológico para poder posicionarse moralmente por encima del bien y del mal. Pero una de sus debilidades es una fuerte inseguridad interior.
El matón en la política aparenta tranquilidad, ser una persona admirable y logra generar ese entorno que le considera un líder. Mientras no cuestiones su autoimagen ni le hieras en su orgullo se comportará con cierta normalidad, excepto cuando su inseguridad le hace saltar.
Soy como un imán para los matones en política, debe formar parte de mi carácter o que me he acostumbrado a sacarlos de quicio en cuanto los detecto. El hecho es que en más de una ocasión he sufrido sus amenazas. La más recientes me las ha realizado Pau Llonch hará una semana. Pau para su entorno parece un tipo tranquilo, buena persona, generoso y entregado a los demás. Tiene también un entorno que le admira y lo considera el epítome de la revolución.
Pero veamos como se comporta cuando alguien (en este caso un servidor) le puso en evidencia.
No es tan importante el conflicto del que hablamos sino como percibió el reproche que le hacía. En este caso le acusé de ser corresponsable de la situación de los huelguistas de #resistenciamovistar al empujarles a continuar una huelga que no podían ganar cuando les estaban ofreciendo negociar (el conflicto lo he explicado aquí).
Mi reproche puede ser o no acertado, mi forma de expresarlo más o menos hiriente, pero la reacción del matón es sobredimensionada e intimidatoria.
El matón político en el fondo es inseguro y su identidad personal la ha basado en esa autoimagen tan elevada. Si se la ponen en cuestión es cuando caen en esa espiral, no pueden actuar con el mínimo de racionalidad e intentan intimidar a la fuente de esa disonancia cognitiva. Consideran el mal absoluto a quien les pone en contradicción y emerge ese verdadero yo matón.
Pau Llonch en el fondo es un pobre hombre, es solo un ejemplo de un puñado no tan pequeño de personajillos, pequeños caciques y chulos de medio pelo que pululan por la política, sin demasiado valor humano o intelectual que requieren intimidar a sus semejantes cuando se les encuentra las contradicciones.
Lo mejor es identificarlos, señalarlos y anular su capacidad de intimidar nunca más y nunca dejarse intimidar por ellos. Nunca.