Una de las propuestas de la “verdadera izquierda SL” o del “sindicalismo revolucionario SA“, o sea del sector socialmente más minoritario de la izquierda, es que se debería hacer una huelga general indefinida para conseguir modificar las políticas económicas que se impulsan desde “el poder”.
Esta afirmación se hace desde el sector social que si monta una huelga por su cuenta, cuando lo han hecho, no la siguen ni sus afiliados, por tanto se pueden permitir el lujo de pedir siempre más combatividad y más lo que sea a quienes sí que pueden convocar huelgas y que estas tengan un mínimo de posibilidades de ser seguidas (o sea al sindicalismo de clase ordinario).
Esta propuesta no solo viene de los sectores más “combativos” (si esto quiere decir algo) de la izquierda, sino también de los más reaccionarios, e incluso del sindicalismo amarillo, para justificar que no participan en otras formas de movilización (huelgas generales de un día, o de unas horas, manifestaciones, huelgas sectoriales o de empresas, concentraciones, protestas ciudadanas, ILP, acciones de presión en los medios, etc..): si no es la revolución final y total no quieren participar en nada. El hecho es que quienes argumentan esto es que literalmente “no quieren participar en nada”, si se convocara la huelga general indefinida ellos serían los primeros en justificar que no es suficientemente combativa o que está politizada, o el que la convoca es muy feo.
¿Pero porqué no se convoca una huelga general indefinida? Simplemente porqué una huelga es una medida de fuerza que tiene muchos costes para el participante y esta no permite producir un daño equivalente a las pérdidas a quien se le quiere causar con esa huelga indefinida. Más allá de las medidas coactivas del piquete empresarial, un huelguista pierde algo más que un día de trabajo en salario, y además se produce tensiones, inevitables, entre el empleador y el empleado, que perduran más allá de la jornada de huelga.
Las huelgas indefinidas implican mantener la situación de conflicto hasta conseguir los objetivos de la convocatoria o hasta que los convocantes decidan que no pueden sostenerlo y rendirse. Es decir, una huelga indefinida solo tiene una solución: la derrota total o parcial de una de las partes. Solo han existido huelgas indefinidas en empresas o sectores, donde el actor que se niega a negociar es fácil de identificar, sufre directamente las consecuencias de la huelga y se entra en una escalada de “perder (el salario de los días de huelga) y perder más (la producción de los días de huelga)”, y por tanto se fuerza a negociar.
Para plantear una huelga indefinida se requiere un horizonte de negociación posible, los convocantes plantean un máximo de días que se pueden asumir de conflicto y calculan (aunque sea de forma intuitiva) los daños económicos (o de otro tipo) hacia quien va destinada la huelga. Y al final las huelgas indefinidas, si se “ganan” por los convocantes, terminan en una mesa de negociación. Es algo parecido a declarar una guerra convencional entre estados, ya que ninguna guerra indefinida es sostenible por ningún estado y requiere que en algún momento se acabe, por tanto nadie plantea una guerra en el que las ganancias no vayan a superar las pérdidas inevitables.
En cambio una huelga general el carácter es político, aunque el objetivo pueda ser muy concreto (tirar atrás una medida política concreta o una ley) el daño es de carácter difuso, es a la credibilidad nacional e internacional del gobierno de turno, es a la imagen del político que impulsa las leyes y son a las espectativas electorales. El daño, además, no es acumulativo lineal. A diferencia de Zapatería Sánchez, que pierde más o menos lo mismo cada día de huelga, el Presidente del Gobierno no sufre 20 veces más desgaste electoral por 20 días de huelga que por un día de huelga, todo tiene un límite, incluso el descrédito político y estamos en una situación de ganancias decrecientes (cada día que hacemos una huelga general en una huelga general indefinida conseguiremos ese día menos desgaste a la credibilidad del gobierno que el día anterior), pero el coste de mantener la huelga será siempre el mismo (y cada vez más insostenible).
Para entendernos, estaremos en una situación de guerra en la que el primer día que se lanzan los misiles se acaban con los centros de producción y militares del enemigo, volver a bombardearlos no volverá a provocar los mismos daños y al final estaremos tirando misiles que cuestan un ojo de mico para volver a dejar plano lo que ya es un descampado.
Por tanto, si el gobernante está dispuesto a asumir el descrédito de una huelga general, podrá asumir el de dos días y el de tres y el de 10. El daño más importante ya se le habrá causado el perimer día y no tendrá más consecuencias. Por el otro lado, los convocantes, pasándose de rosca pueden quedarse (y de hecho les ocurrirá) que el primer día tendrán un seguimiento de X y luego de una cifra cada vez menor, hasta que el conflicto se disipa como azucar en el café. Por tanto, los convocantes tendrán que reconocer la derrota y rendir el conflicto.
Es cierto que hoy en día para confrontar las políticas económicas europeas, la huelga general nacional se queda corta, y que para condicionar unas políticas económicas que no son solo nacionales, sino de ámbito europeo requiere una coordinación de actores sindicales a nivel europeo que hoy por hoy solo se ha dado de forma muy parcial y limitada en la huelga general del 14N (con algún pequeño éxito). A Rajoy le podemos poner contra las cuerdas todo lo que queramos que si la troika comunitaria le dice que el déficit ha de ser de 0,5% del PIB podrá desviarse poco de esa cifra. Sin coordinación a nivel de varios países europeos y sin que en Berlín noten la presión ciudadana, va a ser difícil cambiar las políticas comunitarias.
Teniendo en cuenta que tampoco las alternativas al poder del PP parecen emerger (que suba IU o UPyD puede ser muy bonito, pero hoy por hoy, estos dos partidos están muy lejos de poder configurar suficiente apoyo o condicionar un nuevo gobierno en España), la capacidad de presión que puede absorber Rajoy es aparentemente infinita.
Esto no quita que en lugar de optar por medidas suicidas para los convocantes como huelgas generales indefinidas se pueda (y se deba) seguir utilizando las herramientas que se tienen aunque se sepa que el efecto es parcial, como movilizaciones ciudadanas periódicas o huelgas generales de un día o parciales año sí y año también. Como mínimo, esta estrategia consigue arrancar un desgaste del gobernante a un coste más o menos sostenible por los convocantes y participantes.
Mientras, en el país de los unicornios, la “verdadera izquierda SL” y el sector reaccionario seguirán pidiendo huelgas indefinidas. Y como no, que en todos lados cuecen habas, en el país de la “Torre de Marfil” seguirán diciendo que la huelga general es inefectiva (aunque reconocen que sigue siendo una mala pero la mejor herramienta de presión social que tenemos), sin encontrar tampoco alternativas viables o poniendo a parir los movimientos sociales que sí consiguen colar su agenda política por vías más que ordinarias.
Una huelga general indefinida, además de insoportable para los trabajadores, terminaría:
a) Reforzando políticamente al Gobierno si se bloquean durante días los servicios públicos y el abastecimiento.
b) Justificando la adopción de medidas jurídicas de emergencia.