A una jueza se le ha ocurrido decir que los piropos “suponen una invasión en la intimidad de la propia mujer porque nadie tiene derecho a hacer un comentario sobre el aspecto físico de la mujer” y ha alertado que deberían de erradicarse de la sociedad y dejar de verse como algo normal y aceptable.
Hay muchas sensibilidades masculinas que se han visto afectadas por estas declaraciones. El argumento general “no existe tal problema y se pretende regular todo limitando nuestras libertades por un cierto puritanismo”.
Querer desnormalizar en la sociedad el piropear a personas que no nos han cedido esa confianza no es puritanismo, ni tampoco recortar libertades, sino ampliarlas.
Yo quiero que las mujeres puedan ir por la calle y que tengan el aspecto físico que tengan, decidan vestir como decidan vestir nadie tenga la libertad de invadir su intimidad y hacer una valoración sobre su aspecto físico no deseada.
Yo soy hombre y mido metro ochenta y poco, suelo tener mala cara y suelo ir mal afeitado, y por eso nadie se atreve a decirme nada sobre mi aspecto físico por la calle.
He vivido en plena libertad de llevar pantalones cortos o largos, ajustados u holgados, de enseñar cacha o no enseñarla sin que me digan lo más mínimo, sin que nadie invada mi intimidad. Sin tener que volver a mirarme al espejo para coger un pantalón más largo o una camiseta menos ajustada porqué alguien me vaya a avergonzar por la calle. Sin tener miedo a recibir una agresión sexual verbal. Sin volver llorando a cambiarme a casa porqué lo que a mí me parecía un traje coqueto con el que me siento cómodo y atractivo ha sido la causa de que un grupo de energúmenos valoraran mi aspecto físico.
Los piropos no son malos por definición. Igual que una caricia o un beso, un comentario sobre nuestro aspecto físico puede ser algo positivo, pero para poder serlo ha de ser consentido. Para realizar un piropo deberíamos esperar el consentimiento y la confianza de la persona a la que se lo dirigimos. No se trata de prohibir los piropos sino erradicar el privilegio que tenemos los hombres de poder valorar a voz en grito el aspecto físico de las mujeres sin su consentimiento. De invadir su intimidad por la calle y que tengan que aceptar todo aquello que se nos ocurra.
Y en el tema del consentimiento está la clave. Igual que las mujeres y los hombres dan su consentimiento para recibir un beso , un abrazo o un golpe amistoso en la espalda, también hemos de recibir el consentimiento implícito o explícito de una persona para hacer una valoración amistosa de su aspecto físico.
Soy un piropeador con las personas de mi entorno siempre que exista la confianza y me cerciore que el comentario no causa ningún rechazo o problema. Pero no se me ocurriría piropear a una persona invadiendo su intimidad sin conocerla. Personalmente considero que es una forma leve de agresión sexual.
Los hombres tenemos un privilegio y es el de poder juzgar el aspecto físico de una mujer y hacérselo saber sin que además haya rechazo social de ese comportamiento. Ese privilegio se hace a costa de las libertades de las mujeres.
Los hombres gozamos del poder de invadir verbalmente la intimidad de cualquier mujer en cualquier momento. Y como todo privilegio, cuando alguien simplemente lo cuestiona, creemos que viola nuestras libertades o que es una persona puritana.
Cuando defendemos el derecho a piropear por la calle a cualquier persona que no nos ha concedido esa confianza lo que hacemos es defender un privilegio que existe a costa de las libertades de terceros.