Política

Política y espacio público a la sueca

Esta semana pasada he quemado mis últimos cartuchos de las vacaciones y la reserva de días me la he comido en poder ir unos días a Estocolmo con mi pareja.

La verdad es que es una alternativa a mi ocio, normalmente dominado por un entorno algo más distinto que las ciudades, aunque como no, no hemos podido resistir la tentación y nos hemos pateado un par de parques nacionales.

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Pero más allá del aspecto personal del viaje, hay algunas percepciones del país que me han calado. Es difícil poder profundizar nada en una semana, pero sí que hay detalles que saltan a la vista sobre el tipo de conciencia de lo público y la política sólo paseando por las calles o visitando los centros de poder.

Estoy convencido que Suecia tiene sus problemas y sus retos, como cualquier otro país, y que también hay problemas que aquí no existen y que el PIB/cápita también ayuda a generar ciertas situaciones que en otros países con menor PIB no se dan (intentar aplicar un estado del bienestar sueco en Bostwana es un suicidio fiscal por no decir otra cosa. También estoy convencido que mi visión de Suecia es sesgada, como la de cualquier socialdemócrata estoy encantado con su estado del bienestar, con su potencia económica y su capacidad de generar empleo, su forma de integrar a la mujer de forma radical en el mercado laboral, con su capacidad de generar empleo de calidad y la capacidad de emprendimiento de su clase empresarial, como también de su capacidad de redistribución fiscal. Asumiendo todo esto como un debe a mi sesgado análisis hay aspectos que se pueden ver, incluso en una visita rápida a este país.

El respeto por el espacio público

El primer detalle que salta a la vista es el civismo y respeto por el espacio público. No me extraña que algunos europeos lleguen a las ciudades españolas y las califiquen de sucias, Barcelona estos días me parece un estercolero, pero la cuestión no está en el número de barrenderos y limpiadores que hay en la calle. Durante todos los días y todas las horas que estuvimos en la calle (que fueron muchas) no vimos ni uno (seguro que los hay porqué al menos un camión de recogida de la basura sí que vimos), ni en el metro, ni en la calle, a excepción de un trabajador del ayuntamiento que estaba sacando con agua a presión la roña que había entre las losetas de la calle. Mientras, las pocas horas que llevo por Barcelona (las de hoy metido en mi centro de trabajo) ya he visto varios barrenderos y equipos de limpieza.

La cuestión es que el espacio público allí es respetado con un nivel altísimo. La gente no se le ocurre tirar pipas al suelo, ni lanzar un pañuelo, las papeleras (menos frecuentes que en Barcelona, todo hay que decirlo) es donde van a parar los papeles y demás basura.

El estado de limpieza de las calles puede parecernos un ejemplo muy al tuntún, pero no deja de ser un detalle que indica el interés por el espacio público que muestran los suecos frente a los españoles. Lo respetan, no se ven pintadas, los metros (algunos menos modernos que los de Barcelona) no tienen ralladas las puertas, ni los cristales, ni hay pintadas. Y no es porqué los limpien más, sinó porqué a nadie se le ocurre sacar una navaja o una llave y rallar el cristal de metacrilato del metro.

En Suecia gobierna actualmente la coalición de derechas, frente a la de izquierdas, aunque el partido socialdemócrata sueco sigue siendo el que mejor resultado ha obtenido (130 diputados frente al segundo, el partido conservador que obtuvo 97).  La tradición ha sido de gobiernos por bloques: derechas e izquierdas, y durante la mayor parte de la historia democrática de Suecia, el partido socialdemócrata ha liderado el gobierno del país en manos de la coalición izquierdista. Ello ha convertido en Suecia, junto a su tradición de interés por lo público y transparencia de los políticos suecos, en una socialdemocracia prácticamente ideal. Ni tan sólo la coalición conservadora se atreve a desmantelar el estado del bienestar sueco (una cosa es matizar las políticas socialdemócratas y otra es buscar otro modelo de estado del bienestar).

Un aspecto curioso que ví es la ausencia de pintadas o de moviliario urbano bandalizado. Incluso una manifestación antisistema (con motivo de un encuentro de jerifaltes europeos) estos no realizaron ninguna rotura de escaparates, ni pintadas, ni tan sólo llenaron la calle de papeles u octavillas. La policía encargada de vigilarlos eran una dotación increiblemente ridícula en comparación con las dotaciones antidisturbios de cualquier otro país. Tal vez esa manifestación fué más tranquila de lo que normalmente son, o los suecos son de un confiado que espanta, o simplemente la mani estaba tan infiltrada que el primero que se moviera terminaría en una cárcel oscura y secreta de la policía sueca; pero al menos la apariencia es de cierta normalidad y que las manifestaciones no requieren dotaciones antidisturbios ni demás parafernalia. Seguramente porqué incluso los antisistema entienden que el espacio público es de todos y lo respetan.

Los niños existen en el espacio público

Esta actitud se nota incluso en la calle. Estoy convencido que el respeto por el espacio público de los suecos viene más de una conciencia cívica de su sociedad que el logro de los políticos (en este sentido yo creo que la política refleja la sociedad). Pero la presencia en la misma calle de las políticas de conciliación de la vida personal, laboral y familiar es muy evidente.

Suecia es un país que tiene en cuenta a los niños en los espacios públicos y no sólo en algunos parques. Es curioso visitar iglesias y que en una de las alas, donde normalmente habría un crucero o un retablo, hay una mesa pequeña con sillitas, unos lápices de colores, unos cuantos juguetes y hojas para pintarrajear, en lugar de un cuadro religioso están colgados los dibujos de los niños que han visitado el lugar. El espacio para los niños aparece no sólo en los parques o los muesos más infantiles (en Estocolmo se encuentra hasta un museo de Pippi Calzaslargas, Junibacken) sinó también en los museos más serios. Hay espacios donde los niños juegan, aprenden, etc.. y casi todos los museos incluyen actividades por todas sus plantas donde los niños pueden hacer de las suyas. Los niños no son una molestia gritona en museos tan serios como los de Historia Natural, sinó que pueden dedicarse a desmontar triceraptos y volver a montarlos. Esa presencia de los niños se aprecia incluso en la política de más alto nivel como de aquí poco comentaré.

Bicicletas las reinas de la vía pública

Suecia, es además, el paraiso de las bicicletas (como lo son bastante países europeos), en lugar de enjambres de coches por todos lados se puede ver una plaga de personas yendo en bicicleta, aparcadas por toda la ciudad (muchas, la mayoría, sin atarlas de ninguna manera), y la red de carriles bici ensombrece cualquiera que podamos imaginar. Es verdad que Estocolmo es absurdamente llano, y el tráfico de coches ridiculamente bajo en comparación con nuestros estándares (también porque allí la gente coje más el transporte público, anda más y viaja más en bicicleta), a pesar de que las distancias en la ciudad son comparables (o incluso para la densidad de población mayores) a las que se pueden realizar por Barcelona. Pero aún así, el uso de la bicicleta es asombroso y si comparáramos este con el que podría haber en zonas comparablemente igual de llanas en Barcelona estamos increiblemente lejos. Hay calles donde el espacio de los carriles bici son más grandes que el reservado al carril de coches, en esto, creo que nos costará alcanzar este nivel, ya que la adoración que hacemos a nuestros vehículos privados (la ratio de vehículos por habitante en Suecia es equivalente a la que tenemos en Catalunya) es muy alta. Es cierto que en Estocolmo existe una “congestion Tax” que no es precisamente pequeña para desincentivar el uso del vehículo privado, pero esta conquista de la vía pública por la bicicleta, el transporte público y el peatón se puede ver en otras ciudades (como Upsala) donde la bicicleta domina al coche. No espero que las ciudades del sur de Europa adquieran este transporte de la misma forma que ocurre en Suecia, pero sí que podemos acercarnos bastante ya que los efectos positivos que tiene la bicicleta en el tráfico y en el medio ambiente urbano son más que evidentes.

Lo de encontrar las bicicletas sin atar es algo que me sorprende (yo la mía, cuando la dejo en la calle, que es muy ocasionalmente, la ato con tres candados y me llevo todo lo que es fácil de sacar como el sillín), en un principio me llevó a pensar “que confiados que son estos suecos”, lo segundo más bien es que “esto es lo que debería ser”. El poder estar en un país donde dejas la bicicleta y no esperas que te la desmantelen, o donde no esperas atracos a la vuelta de la esquina. Esto no depende del número de policías (las ratios de policía/ciudadano son equivalentes a la de cualquier país del sur de Europa) sinó de la cultura cívica.

Las posibilidades de la política no profesional llevada al límite

Por último la propia estructura de poder político también muestra esta forma cívica de entender el espacio público. La mayoría de regidores del ayuntamiento de Estocolmo no son profesionales. A diferencia de lo que ocurre en la mayoría de ciudades grandes del sur de Europa, donde nuestros regidores lo son a tiempo completo y tienen dedicación exclusiva (incluída parte de la oposición), los regidores pueden ser estudiantes, trabajadores, empresarios, profesores, etc… en activo. Esto marca una clara diferencia entre nuestra política y la de ellos. Por ejemplo los plenarios del ayuntamiento de Estocolmo comienzan después que termine la jornada laboral sueca (a las 17:00h), aunque también su jornada laboral funciona de manera que es compatible trabajar y “hacer algo más”, el que la propia política contemple que la mayoría de personas que se han de dedicar a lo público son amateurs es importante.

Esta tal vez sea la diferencia que para mí marca algo muy significativo. La política en España es “cosa de políticos” y por ello participar en España es posible pero requiere una dedicación absurdamente extensa (mil reuniones y comisiones, horarios imposibles de compatibilizar con la actividad profesional o con la vida personal o familiar) y con una ritualización que hace que parte de la selección natural de la “clase política” en formación sea los que tienen el culo más duro y aguantan más las reuniones interminables y soporíferas. En Suecia, la imagen que me he llevado es que la política es cosa de todos, los regidores amateurs de Estocolmo son una muestra, como también lo és, nuevamente que hasta en un entorno de tan alto nivel como el ayuntamiento de la capital del país, hay, al lado de la sala de plenarios una sala, bastante grande, dedicada sólo a los niños de los regidores. Allí, como si fuera un Ikea, los niños tienen juguetes, las regidoras pueden amantar a sus niños, los padres y madres que son regidores pueden cambiarlos, cuidarlos, atenderlos y luego volver a sus obligaciones políticas. ¿Os imagináis cualquier ayuntamiento de Catalunya de cierta dimensión que implementara esto?. Si hasta hace bien poco ni la maternidad la contemplaban como una posible baja “laboral”.

Los políticos suecos pueden tener familia, una actividad profesional relativamente normal, o incluso ser estudiantes. La política “profesional” es más ciudadana, y por tanto los ciudadanos pueden acceder más a la política.

Es curioso porqué el camino que estamos siguiendo en los países mediterráneos es ir, cada vez más, profesionalizando niveles cada vez más bajos de políticos, mientras en Suecia mantienen el “amateurismo” a niveles tan altos como la mayor parte de regidores de su capital.

Es obvio que Suecia ha tenido su recorrido y que están allí porqué la sociedad sueca es capaz de asumir ciertos retos. La sociedad catalana no puede implementar un modelo “sueco” tal cuál, pero nuestra sociedad, y sobretodo nuestra política tiene mucho recorrido que realizar para a su manera conseguir logros como los que ha conseguido la política y la sociedad sueca. El peso social que ha tenido el sindicalismo sueco y el Partido Socialdemócrata ha sido crucial para generar un civismo político por el espacio público y la propia política, la política está tan presente en el propio corpus tradicional sueco que en Scansen (el equivalente Estocolmés al “Poble Espanyol” de Barcelona) han reproducido una “casa del pueblo” que las juventudes socialdemócratas fundaron en la segunda década del siglo XX y donde se hacían reuniones sindicales y políticas, como algo tan típico como las granjas escandinavas del siglo XVIII, o las escuelas rurales del XIX. Esta valoración de la política y de lo público y no exáctamente su estado del bienestar, o su modelo concreto de movilidad, o incluso sus políticas de integración de la vida personal, familiar y laboral, son lo que más envidio de la sociedad sueca y lo que más podríamos intentar copiar de la mejor manera.

Soc coordinador de la revista electrònica i xarxa de bloggers www.socialdemocracia.org, webmaster de la UGT de Catalunya i militant del PSC.

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