Están siendo meses y semanas muy duros en el bando independentista. Desde el 10 de octubre vamos dando patadas adelante al balón sin pararnos a reconocer que la estrategia llevada hasta ahora, intentar forzar una negociación bilateral a través de la desobediencia política, no ha funcionado. Hemos resuelto batallas importantes, por ejemplo, hemos ganado contra todo pronóstico las elecciones y tenemos margen para hacer gobierno. Pero incluso ganar elecciones se ha hecho con costes internos muy altos y sin pararnos, ni tan siquiera 5 minutos a poder saber que haríamos después.
La situación es jodida. Pero no solo por las razones objetivas en las que estamos, en las que claramente no tenemos fuerza para hacer ahora una ruptura democrática. Sino especialmente por la división interna. Además esta división está provocada por un debate muy artificial y falaz.
Sabemos todos que Puigdemont no puede ser President de la Generalitat (venga o no venga a Catalunya) si no hay antes una ruptura democrática que rompa con la legalidad española. Y sabemos por lo que están haciendo todos los actores (incluso la CUP) que no vamos a un escenario de desobediencia activa. Los que menos son los miembros de Junts per Catalunya. Si fuésemos a un escenario de ruptura democrática no estaríamos hablando de modificaciones de reglamentos (con la guinda que los diputados de JxCat en libertad vigilada no la han firmado), cartas pidiendo garantías al President del Parlament o habríamos hecho bromas por las redes con fotos de si el President Puigdemont estaba volviendo o no. Todo un conjunto de subterfugios que esconden una cosa, ver como son otros y no la propia candidatura de JxCat los que asumen los costes políticos de no investir a Puigdemont y que era su principal promesa electoral.
Pero este no es el tema del que quiero hablar en el fondo. Todo lo que he dicho antes puede estar equivocado, puede ser un análisis de mierda hecho con poco atino o incluso puede que carezca de información privilegiada que explicaría que la realidad es otra y el señor Puigdemont tiene realmente la capacidad de poder hacer efectiva la investidura y resistir la legalidad española. Todo eso forma parte de una discrepancia en como analizamos la realidad y que conclusiones llegamos.
Lo que no forma parte de la discrepancia en el análisis o formas distintas de ver la realidad es la omertá a la que una parte del independentismo somete a otra. Si la lectura que haces de la realidad es la mía la solución natural a todo esto es que se presente otra alternativa a la presidencia de la Generalitat, renunciar a Puigdemont y seguir con un gobierno independentista con otros liderazgos. Pero es abrir este melón y aparecer una serie de ataques por arriba (y os lo puedo asegurar me han llovido de bien arriba de la dirección de PDCAT) pero las peores desde abajo. Y no son críticas al análisis, sino un chantaje emocional, un reduccionismo terrible y una forma de desgaste personal que ni en los peores momentos de mi disidencia dentro del PSC he vivido.
El debate de golpe cae a un debate sobre “dignidad” o no “dignidad”, sobre quien es más independentista o menos, sobre quien es cobarde y quien no. Se deriva a un debate moral lleno de chantaje que viene a decir básicamente que si consideras que tal vez sea bueno considerar otro candidato (cosa que ha dicho hasta la CUP) es que eres un traidor/no respetas la dignidad del pueblo catalán/no eres valiente/has de retirarte de la política. No sé si lo que lo motiva es un culto al líder, una desesperación por la situación política en la que estamos, pero este acoso a las opiniones disidentes con argumentos de absolutos morales es algo que resta al movimiento. La sensación es la de ser el que rompe una especie de omertá, y por tanto se abre la veda para cargar con argumentos morales y en muchos momentos personales.
Personalmente puedo soportar los ataques que hagan los rivales políticos (hablo de los unionistas), también la presión que se pueda recibir desde ciertas direcciones (hola amiguitos de PDCAT que apretáis tuercas tan abajo), comentarios de cuadros dirigentes, campañitas en redes, y evidentemente críticas legítimas a mis argumentos, pero cuando una parte de las bases de un movimiento toman esta línea de ataque personal y de chantaje emocional (o piensas como yo quiero que pienses o eres un traidor/cobarde/vendido) es algo que a mi ya me desestabiliza.
Ante esto tengo dos formas de reaccionar, o apartarme del movimiento porqué los tics totalitarios e intentos de acallar la disidencia nunca me han gustado, o la de hablar aún más y poner en evidencia lo que quieren que calle y es lo que haré.
El 27 de octubre se decidió obedecer el 155, ir todos, desde la CUP a Puigdemont (y también, claro PDCAT y ERC) a unas elecciones AUTONÓMICAS, se desistió a resistir la legalidad española porqué no estaba en la agenda de casi nadie y mucho menos en la de Carles Puigdemont (decision que por cierto, visto con perspectiva yo también hubiera tomado). El Govern decidió además una cosa terrible, no decir que se tomaba esa decisión y cada uno tomar una decisión no coordinada, o ir al exilio o dejarse conducir a prisión. Eso sí, sin dar una sola explicación, sin plantear un “hasta aquí hemos podido llegar, no podemos seguir por esta vía y hemos de rehacer la estrategia”. Desde entonces y repito, desde entonces, no nos han dejado hacer un debate sereno.
Cualquier postura que escapara del Govern legítim ha sido considerada anatema. ERC ha ido a elecciones acojonada perdida, no solo por un estado que le ha marcado, igual que a JxCat o la CUP, sino por esta omertá. En ERC han habido voces que han dado pistas, que han querido decir que la situación es como he descrito al inicio del post. Pero desde que fueron convocadas las elecciones se ha metido el miedo en el cuerpo. Se ha chantajeado para hacer una lista única personas que ya sabían que tenían un sitio en la lista de JxCat, con las coaliciones ya presentadas. Se ha hecho campaña con el miedo en el cuerpo por no decir una coma de más por las personas que estaban en prisión, igual que Junts per Catalunya, pero con dos diferencias, el líder, Junqueras, estaba en prisión y sin ningún margen de maniobra y con el miedo a poder plantear que el escenario de “recuperar el Govern legítim” era discurso mágico. En ERC han habido las dos campañas y las dos voces. Se ha dicho que si no había la posibilidad de restituir el Govern Legítim, se tendrían que pensar alternativas y era muy obvio que esa era Marta Rovira. Pero durante la campaña ha habido miedo a poder decir algo claro debido a esta omertá. Salir de la línea significaba que en seguida eras tildado de traidor, cobarde, de querer dar una puñalada por la espalda a Puigdemont. Cierto que la campaña de ERC fue bastante mala en cuanto vacilación entre el discurso mágico y el realista (y yo entono el mea culpa en cuanto fui candidato y alguna parte de responsabilidad tengo), pero también es cierto que la sensación de chantaje emocional a la que estuvimos sometidos fue alta.
Una vez hay el resultado electoral del 21 de diciembre, que legitima a Junts per Catalunya a presentar un candidato vuelven los nuevos chantajes. Era obvio que la investidura de Puigdemont iba a ser muy difícil, no costó mucho en asumir que la restitución del Govern no podía ser (se habían producido dimisiones y muchas declaraciones por parte de exconsellers de ERC de no querer repetir), pero lo de la investidura de Puigdemont ya se vió que iba a ser el caballo de batalla. Más allá de filtraciones contínuas de supuestos acuerdos entre ERC y JxCAT que no se estaban produciendo con la intención de trasladar presión a ERC, el debate comenzó a agriarse las últimas semanas. Los que seguimos creyendo que o bien funciona la apelación desesperada al TDH que ha hecho el President del Parlament (cosa que dudo) o Puigdemont no va a poder ser investido President, y por tanto no es mala idea buscarle una función a los 5 miembros del gobierno en el exilio a la vez que se hace un gobierno efectivo, y lo expresamos nos volvieron a cargar con los argumentos de traición, de ser “autonomistas” (como si alguien realmente ahora mismo fuera algo distinto), de traicionar el sentido de voto de los ciudadanos, de ser cobardes.
El caso más extremo es el que se produce con Tardà. Se le acusa de no ser independentista, de venderse, de estar urdiendo un tripartito bajo mano, de ser un traidor a Puigdemont, de odiarle. El caso más miserable se produce cuando Junqueras insinúa que en estas circunstancias será difícil que Puigdemont pueda ser President efectivo y hay quien le acusa de haber cerrado un acuerdo con el Gobierno de España.
Puedo entender que todos los argumentos que doy pueden ser refutados y que el análisis de la realidad puede estar equivocado, pero no veo que los que defienden otra postura distinta a la mía sean tratados con esta acritud, con esta ira, con esta agresión argumental, con réplicas morales absolutas. Los que defienden a ultranza la investidura de Puigdemont les contraponemos “como podemos hacerlo si no vamos a romper con la legalidad española”.
Parece que la reacción se produce con quien rompe omertá además. En su momento con Mas o Març, donde el pressing interno y externo casi se salda con la ruptura en dos de la CUP, pero en el momento que el propio Mas decidió dar un paso atrás, todo aquello que parecía una catástrofe se transformó de golpe en una jugada maestra. Lo mismo ocurre con quien rompe la omertá. Si es Tardá, se le lanzan a degüello. Pero en cambio si es algún gurú mediático se le perdona. Y si son los propios diputados de Junts per Catalunya con sus acciones también. ¿Los diputados de Junts per Catalunya con libertad vigilada deciden no arriesgarse para una investidura simbólica no firmando la petición de cambio de reglamento y por tanto reconociendo que no se va a desobedecer? no pasa nada. ¿El President Puigdemont en contra de lo que prometió no vuelve para su investidura? no pasa nada, es lógico que no venga. De hecho, es en este caso el portavoz de la CUP quien dice que están abiertos a valorar otro candidato y tampoco pasa nada. ¿Se filtra por fuentes de Junts per Catalunya el nombre de Elsa Artadi como posible Presidenta? tampoco hay una reacción airada.
Parece como si solo hubiera una forma de hacer política independentista, que no se construye en base a consenso alguno, sino la imposición por mecanismos de sutiles de chantaje y acoso del disidente. Y además si como fue en el caso de Mas, como fue en el 27 de octubre, o como va a ser en el caso de Puigdemont, esta forma de hacer esta política es cambiada por parte de quien tiene la hegemonía dentro del mundo independentista tampoco pasa nada. Incluso una de las entidades independentistas más importantes parece siempre coincidir de forma sistemática con los intereses de esta hegemonía y en lugar de contrapoder interno se ha transformado, al menos en apariencia, en una correa de transmisión del discurso hegemónico, reforzando la espiral de silencia y la omertá.
Al parecer esta estrategia está funcionando bien a quien ejerce esa hegemonía, para conservarla. Pero ya es la enésima vez que en el mundo independentista todo funciona a base de chantajes, a base de acorralar a terceros, a base de forzar hasta la ruptura a los demás para no asumir los costes políticos propios.
Tal vez que por una vez rompamos esta omertá y que el debate de “Puigdemont o Puigdemont” lo podamos tener en términos de que es lo que más nos beneficia al conjunto del movimiento, con las cartas boca arriba y sin la contínua amenaza de recibir un bombardeo de chantajes y argumentos morales absolutos.