Esta semana ha muerto uno de los grandes del himalayismo y uno de los últimos de los pioneros de esta disciplina del montañismo. Edmund Hillary, que junto a Tenzing, realizó lo que sería la gesta más significada (aunque tal vez no la más difícil) del himalayismo: coronar la cima del mundo.
Actualmente hay decenas de montañeros de élite que suben ochomiles,… tal vez bastante menos los que hacen ascensiones de cierta dificultad adicional y no están en esas cordadas comerciales o incluso turísticas donde cualquiera con cierto nivel de montañismo y de forma física es practicamente izado hasta la cima del Everest. Hoy en día hacer la proeza de Hillary no tiene ninguna dificultad extrema, y nos puede parecer incluso sencillo lo que hicieron Tenzing y el propio Hillary, que “tan sólo” fueron los primeros.
Pero en la época de Hillary, las mejores cordadas, la élite del alpinismo que estaba aprendiendo a desarrollar la nueva disciplina del himalayismo se golpeaba contra las montañas una y otra vez sin poder llegar a encontrar la vía de ascensión. Se enfrentaban a problemas que las actuales cordadas comerciales no tiene: serios problemas de logística, la necesidad de movilizar centenares de personas en la retaguardia (desde Katmandú hasta el mismo campamento base) para que un puñado de hombres se lanzara a la cima, el desconocimiento cartográfico del terreno, el desconocimiento de los efectos en el cuerpo humano de muchas enfermedades y problemas de la altura extrema, material mucho más pesado, menos funcional y de menor calidad.. la falta de técnicas y conocimientos en la propia disciplina del himalayismo, el aislamiento y la falta de equipos de rescate modernos. Y todo eso sumándole a los problemas del tiempo y unos recursos menores para poder predecirlos, y a los problemas de cualquier primera ascensión que ha de ser la que resuelva todos los problemas técnicos de escalada y de encontrar las vías. Comparado con el hipertecnificado, equipadisimo y superpoblado campamento base de cualquiera de los ochomiles más comerciales, las condiciones en que se practicaba el himalayismo en la década de los 50 del siglo pasado eran extremadamente precarias.
Hillary era de esa generación de alpinistas y luego himalayistas que construyeron una nueva forma de subir montañas, fueron los pioneros… Y de entre este grupo de pioneros y de este espíritu de subir a la montaña Hillary era una excepción, era de los pocos grandes que no ha muerto en la montaña, fruto de un accidente, de un error, del tiempo, etc.. Tal vez el ejemplo de los alpinistas de esa época romántica que siempre vuelven a casa sea el mejor: Hillary, Messner, Bonatti.. dan el mensaje que aún haciendo lo peor.. aún corriendo sus vidas un alto riesgo en más de una ocasión, se han superado y han podido volver. Que el himalayismo no es sinónimo de muerte.
Más allá de su historial púramente himalayista, Hillary ha dedicado gran parte de su dinero y su fama a facilitar la vida del pueblo sherpa, iniciando escuelas, hospitales y comprometiendo a su familia con el futuro de ese pueblo.
En una época donde en el Everest priman las expediciones comerciales o las turísticas, a las puramente montañeras, donde la propia montaña se ha ido llenando de desperdicios de las expediciones que abandonan las bombonas de oxígeno y otro material en diversos puntos de la cima, el propi Hillary es un buen ejemplo de lo que puede ser una aproximación al himalayismo desde una vertiente de la solidaridad y la generosidad. No quiere decir que las expediciones comerciales no lo sean, en más de una ocasión este tipo de expediciones han sacrificado material y recursos humanos en sacar de un apuro a un grupo de montañeros… pero sí que el espíritu de retornar al pueblo sherpa los beneficios de la montaña, de aproximarse a ella no para tener una cima más en el catálogo, sinó para hacer una proeza que no se había hecho antes, ese sí que debemos buscarlo en Hillary.
Se ha ido un himalayista, nos ha quedado su legado y su leyenda.